Secretos sexuales en las clases de teatro parte 2

que todos, mis amigos incluidos, descubrieran que Cristina se estaba dando el lote con otro. La idea de que todos supieran que mi novia me la estuviera pegando con otro me parecía aún más humillante que la infidelidad en sí, así que me quedé parado sin saber como reaccionar. Si podía tener esperanzas en que esto acabará en un beso no duró mucho ya que la necesidad de ambos se volvió urgente. El beso ya no era suficiente. Los labios de Dani se separaron de los de ella y descendieron por la suave piel de su cuello. Cristina ladeó la cabeza hacia atrás, permitiéndole el acceso. Las manos de Cristina, que hasta entonces habían estado abrazando a Daniel se fueron a su pecho para tantear los músculos de Daniel a través de la fina tela de su camiseta. Daniel respondió al mensaje y rápidamente se quitó la parte superior de su ropa quedando con el cuerpo descubierto mostrando el físico del que hasta hace poco había sido un deportista profesional. Mientras Cristina disfrutaba del cuerpo que tenía delante, los dedos ágiles y seguros de Daniel empezaron a desabrochar la parte delantera del vestido de Cristina que era lo único que ella llevaba aparte de la ropa interior. El vestido quedó abierto dejando a Cristina con solo el sujetador y las bragas a la vista y Daniel contuvo el aliento admirando la visión del cuerpazo que tenía delante. Ambos volvieron a besarse y acariciarse sus cada vez más desnudos cuerpos. Daniel empezaba a liberar los pechos de Cristina para capturar uno de sus pezones con la boca, y empezar a succionarlo y lamerlo con una intensidad que arrancó un grito ahogado de placer de los labios de Cristina. Ella mientras tanto iba a ciegas tratando de desabrocharle el pantalón.

Poco a poco el sujetador cayó al igual que los pantalones. Solo con los calzoncillos y las bragas puestas, ambos se dirigieron a una mesa donde Daniel sentó a Cristina. Él se situó entre sus piernas que ella abrió para él sin pudor invitándolo a completar lo que habían empezado. Con una mano, Daniel acarició la interior de su muslo, subiendo con lentitud deliberada hacia el centro del placer, y tras bajarle un poco las bragas, empezó a introducirle los dedos en su sexo. Él sabía exactamente cómo tocarla y Cristina se dejó llevar por el placer recostándose en la mesa para que hiciera con ella a su gusto. Mientras la mano derecha de Daniel trabajaba en ella su otra mano se dirigió a su propia entrepierna para liberar a su pene de los calzoncillos que apareció ante mi vista erecto y palpitante. Cristina no dudó en extender la mano. Sus dedos se cerraron alrededor del tronco de la polla de Daniel y empezó a masturbarlo con movimientos lentos pero firmes, haciéndolo gemir entre dientes. Era un intercambio de placer en donde los dedos de Dani no cesaban en su trabajo, mientras que Cristina, aceleraba el movimiento de su mano sobre él, sincronizándose con los espasmos que sentía en su propio cuerpo. El sonido de su respiración entrecortada, mezclado con los gemidos sofocados y el leve crujido de la mesa resonaban en el almacén. Se miraban fijamente con los ojos llenos de deseo, y finalmente Daniel terminó de quitarle las bragas a Cristina y empezó a buscar con su pene la entrada del sexo de Cristina.

—No tengo ningún condón a mano —murmuró Daniel con una voz cargada de una necesidad que nublaba cualquier otra razón. Su frente empapada de sudor y no podía apartar la mirada del punto donde sus cuerpos estaban a punto de unirse.

—No importa —jadeó Cristina—. Sigue. Por favor.

Esa fue toda la invitación que él necesitó. Con una mano guiándose, apretó la base de su miembro y, con un empuje lento pero imparable de sus caderas, comenzó a penetrarla. La sensación de estar dentro de ella le arrancó inmediatamente un gemido profundo y gutural. Cristina gritó bajito en lo que era más un quejido de placer. Sus piernas, ya abiertas, se engancharon alrededor de sus caderas, atrayéndolo con más fuerza. El ritmo comenzó lento, casi como si supieran que yo estaba delante y quisieran torturarme. Daniel se retiraba casi por completo para volver a hundirse en ella. La mesa crujía con más fuerza, protestando bajo el movimiento rítmico y constante de sus cuerpos. Él se inclinó sobre ella apoyando una mano junto a su cabeza, y Cristina lo abrazó, clavando los dedos en su espalda. Cristina había empezado reprimiendo sus gemidos, pero no tardó en dejarse ir y estos empezaron a taladrar mis oídos. No creía que nadie del bar pudiera oírles por el ruido de la música, pero me latía el corazón con fuerza solo con imaginar que alguien pudiera entrar y encontrarse con este panorama. Por otro lado, por mucho que fuera mi novia, el ver esta situación de sexo pasional hizo que empezara a tener un erección que me avergonzaba todavía más.

Daniel la levantó con fuerza haciendo a Cristina gritar de sorpresa. Sus piernas se enroscaron alrededor de su cintura mientras él, aún dentro de ella, se desplazó unos pasos hasta un viejo sofá de terciopelo desgastado que había en un rincón. Se sentó, y Cristina quedó a sobre su regazo. Durante un instante solo respiraron mirándose fijamente con sus dos cuerpos brillando en sudor. Entonces, Daniel la guió con sus manos en sus caderas bajándola. Cristina entendió la orden tácita y se deslizó de su regazo y se arrodilló en la alfombra polvorienta entre las piernas de Daniel justo enfrente de su pene, aún húmedo de ella. Cristina no vaciló. Se inclinó y lo tomó en su boca con una avidez que me sorprendió aún en esta situación. ¿Se la iba a mamar así sin más, sin siquiera una mínima queja? Pero sí, Cristina empezó a mover su cabeza hacia adelante y atrás mientras Daniel quedaba sentado en ese viejo sofá que desde mi punto de vista se había convertido en un trono. Cristina podría haber estado así hasta que Daniel se corriese en su boca, pero este la detuvo tirando suavemente de su pelo para separarla.

-Como sigas así me vas a hacer venirme ya. Y quiero sentirte dentro un poco más.

Los dos se volvieron a besar y Daniel volvió a guiar a Cristina para que se subiese encima de él y empezará a cabalgar sobre su pene. Desde mi posición veía como la espalda de Cristina subía y bajaba sobre el miembro de Daniel. Cada vez que descendía su cuerpo absorbía por completo la longitud de Dani y un temblor la recorría. Cada vez que subía, solo la punta permanecía dentro, mientras el resto de su polla brillaba húmeda un instante antes de volver a ser engullida. Trataba de apartar la mirada pero el sonido de sus pieles chocando hacía que mi imaginación visualizara igualmente la imagen. En tanto, el ritmo se volvió frenético. Dani la sujetaba de las caderas con una fuerza feroz, clavando los dedos en su carne mientras sus empujes se hacían más profundos.

—Dani… —Se limitó a gemir ella mientras su cuerpo se tensó como un arco. Su cabeza cayó hacia atrás, y un largo y tembloroso gemido de liberación se le escapó de los labios.

Daniel no se detuvo. La sostuvo durante su orgasmo manteniéndola impalada en él. Cristina seguía gimiendo incapaz de soportar tanta sensación con su cuerpo respondiendo de manera autónoma. Finalmente, el temblor cesó. Su cuerpo, agotado y relajado de golpe, se desplomó sobre el pecho de Daniel. Pero este estaba lejos de estar satisfecho. Con un movimiento brusco la despegó de él y la tumbó boca abajo sobre el sofá. Cristina no oponía resistencia y su cuerpo languidecido por el placer que acababa de sentir se dejó moldear. Daniel se colocó detrás de ella con su imponente erección apuntándola. Sus manos, se apoderaron de sus caderas colocando a Cristina a su merced. Una vez todo estuvo a su gusto se ando sin preámbulos y, se hundió dentro de ella hasta el fondo en una sola embestida. Cristina gritó un sonido ahogado por el sofá, en una mezcla de dolor y placer. Daniel la follaba con una fuerza primitiva, tal vez pensando que al haberla hecho correrse ya había cumplido su función y ahora le tocaba divertirse a él. Con una mano agarró su melena, tirando de su cabeza hacia atrás para arquear aún más su espalda, mientras la otra se aplastaba contra su nuca, manteniéndola inmovilizada, dominada.

—Dios Cris, como he deseado hacer esto….—Dijo Daniel sin respuesta de ella

Dani aceleró, perdiendo el ritmo, entregándose a la urgencia de su propio clímax. Se hundió en ella una última vez, hasta el fondo, y se quedó allí, temblando. Un gemido largo y profundo le escapó mientras yo podía casi visualizar en mi cabeza como su semen brotaba dentro de ella. Su cuerpo se desplomó sobre el de Cristina dejando a los dos tumbados sobre el sofá. El silencio que cayó después. Daniel se retiró lentamente, y un hilillo blanco y espeso rezumó de entre las piernas de Cristina manchando el sofá. Vi como Daniel se empezaba a vestir y decidí volver al bar con las piernas temblorosas y el eco de los gemidos de Cristina aún resonando en mi cabeza mientras mi erección empezaba a bajar. Me abrí paso entre la gente con la mirada perdida hasta la barra donde me pedí una copa que bebí de un trago largo. Me apoyé en la barra, con la espalda contra el mostrador, y clavé la mirada en la puerta trasera que conducía al teatro. Vi como mis amigos me gritaban algo desde una mesa y asentí con la cabeza, forzando una sonrisa y me acerqué a ellos.

Finalmente, la puerta se abrió. Cristina salió primero. Se había arreglado lo mejor que había podido: se había pasado las manos por el pelo para domar los mechones rebeldes, se había ajustado el vestido y se había limpiado el sudor de la frente. Su respiración aún era un poco entrecortada.

—¡Cris! ¿Dónde te habías metido? —preguntó una de sus amigas—. ¡Parece que te hayas metido en una sauna!

Ella forcejeó una sonrisa tensa, evitando mirar a nadie directamente.

—Este bar es un horno, y con tanto ir de un lado a otro hablando con todos… —dijo encogiéndose de hombros y poco convincente, o tal vez solo me lo parecía porque sabía la verdad.

Minutos después, salió Daniel con un leve desorden en su cabello delataba la actividad reciente. Su mirada barrió la sala y se posó en Cristina. Luego, se acercó a nuestro grupo con su sonrisa fácil y desenfadada.

—Bueno, gente, me piro —anunció—. Ha sido un placer. Cris —dijo, volviéndose hacia ella—, increíble función. De verdad.

Ella alzó la vista por fin, pero sin atreverse a mirarle directamente a los ojos.

—Gracias, Dani. Tú también estuviste genial.

Él sonrió, y luego se inclinó y le dio un beso en cada mejilla. Ella se quedó rígida, apenas respondió al contacto. La vergüenza la paralizaba.

Luego, Dani se volvió hacia mí.

—Lucas, un placer. Cuida de esta pedazo de actriz, ¿eh? —dijo, extendiendo su mano hacia mí.

Por un instante, todo se detuvo. Vi esa mano, la misma que minutos antes había explorado cada centímetro del cuerpo de mi novia, que le había provocado ese orgasmo que aún resonaba en mi cabeza, ofreciéndose a mí en un acto de caballería. El alcohol mezclado con la rabia y la humillación me hicieron sentir que iba a terminar explotando, pero no dije nada. No moví un músculo en mi rostro. Solo extendí mi mano y la estreché.

—Claro—dije, y mi voz sonó plana, muerta.

Él asintió soltó mi mano y se marchó. Yo me quedé allí, con la sensación de su contacto ardiendo en mi palma, sabiendo que acababa de darle la mano al hombre que se había follado a mi novia y que la huella de ese apretón quedaría para siempre grabada en mi piel, junto con el recuerdo de lo que había visto.

La noche siguió su curso y Cristina, después de la tensa despedida con Daniel, se aferró a su vaso como a un salvavidas. Bebió con una determinación que no le era habitual como si intentara librarse de algo más que la sed. El alcohol hizo su efecto rápido. La rigidez y la vergüenza inicial se diluyeron, reemplazadas por una euforia artificial. Se reía demasiado alto, se apoyaba en mí con un peso exagerado, y sus miradas, antes evasivas, ahora se posaban en mí con un destello borracho y desafiante. Antes de la función, habíamos quedado en que iríamos a su casa a celebrar el éxito a solas. Una promesa que ya no sabía si quería cumplir. Porque mi cerebro me gritaba que me largara, que la dejara allí con su culpa embriagada. Pero otra parte de mí ardía con una necesidad inconfesable. La imagen de ella retorciéndose sobre Daniel, el sonido de sus gemidos, no me producía solo rabia; había despertado una excitación brutal y vergonzante que todavía seguía dentro de mí. Quería follármela. Quería reclamarla, marcar sobre las huellas de otro lo que aún era mío, aunque solo fuera por esa noche.

—Vámonos a casa, ¿vale? —dijo ella colgándose de mi brazo y con su aliento cargado de alcohol—. Te quiero tanto, Lucas. De verdad.

Pero esas palabras ahora mismo no significaban nada para mi. Asentí y la guié hacia la salida. En el taxi, se quedó dormida sobre mi hombro, agotada por el alcohol, los nervios y el sexo previo. Yo miraba por la ventana con una erección dolorosa presionando contra el pantalón. Una vez en su habitación rápidamente nos empezamos a besar. El olor a sexo ajeno impregnaba su piel, sus fluidos secos debían de haber manchado sus bragas. Ella misma debía de haberme detenido para no destapar su infidelidad, pero el alcohol en su sistema y la lujuria en el mío barrieron cualquier obstáculo. El sexo fue genial, el mejor que habíamos tenido en meses. Pero yo no podía desconectar. Con cada embestida, con cada gemido que le arrancaba, mi mente proyectaba la imagen de Dani haciéndolo solo horas antes. ¿Estaría más húmeda por él? ¿Gemía igual o más cuando lo hizo con él? La idea, en vez de paralizarme, me electrizó. Era un morbo enfermizo, una posesividad retorcida que me empujaba a hundirme más profundamente en ella, como si pudiera borrar al otro con mi propio cuerpo. Me corrí con un gruñido ronco, un espasmo intenso que fue tanto de placer como de autodesprecio.

A la mañana siguiente, la luz del día entró a raudales por la ventana, iluminando las prendas esparcidas por la habitación y el cuerpo de Cristina aún dormida en total paz. Me levanté en silencio, con la cabeza dándome vueltas y con una un nudo en el estómago. Me quedé sentado pensando que tal vez podía intentarlo. Tal vez podía enterrar lo que había visto, atribuirlo a un arrebato pasajero. La idea era tentadora, cobarde y cómoda. Mientras me vestía, mi mirada cayó sobre su bolso, abierto en una silla y por donde asomaba el lomo del libro de Romeo y Julieta que Daniel le había regalado. Miré su figura dormida una última vez. Ya no sentía rabia, ni excitación perversa, solo un vacío enorme y tranquilo. La decisión estaba tomada. No podía olvidar. No quería olvidar. Y con una calma que me sorprendió, salí de su habitación y de su vida para siempre, cerrando la puerta suavemente detrás de mí.

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