Secretos sexuales en las clases de teatro parte 1
Dicen que Romeo y Julieta es la más grande y trágica historia de amor jamás contada, un romance puro pero condenado desde el inicio. Pero para mí esta obra ya no es solo una tragedia poética. Esta obra fue el veneno que empezó a quebrar mi relación. Mi nombre es Lucas y a mis 21 años mi vida adulta empezaba a marchar. Había decidido no ir a la universidad por lo que me limité a realizar estudios profesionales y recién había comenzado a trabajar. Mientras estudiaba, conocí gracias a un amigo a mi novia Cristina. Era morena, delgada, y con las curvas perfectas en los lugares exactos, y aunque físicamente me parecía perfecta, lo que me hizo enamorarme de ella fue como conectamos a la hora de hablar y de ver todo lo que teníamos en común. Teníamos la misma edad y también había decidido afrontar los estudios de forma similar a mí. Llevábamos un año y medio saliendo juntos y estábamos viendo que el empezar a trabajar nos estaba volviendo cada vez más vagos. Estábamos cansados tras echar tantas horas por lo que al final nuestros planes se volvían cada vez más básicos y queríamos hacer algo para cambiarlo. Fue entonces cuando vimos el anuncio de un club de teatro para aficionados. No requerían ningún tipo de experiencia y estaba enfocado en simplemente pasarlo bien un rato, sin pretensión de que se apuntara nadie que quisiera ser profesional. Nos pareció algo divertido y decidimos apuntarnos.
El club se reunía dos veces por semana en un pequeño teatro que había creado esta iniciativa para incentivar la llegada de nuevos visitantes. El ambiente no podía ser más distinto a nuestra rutina del día a día, y era justo lo que buscábamos. Básicamente la estructura del club era realizar un curso de 4 meses. En los tres primeros aprenderíamos lo básico y para el último mes empezaríamos a preparar una adaptación moderna de Romeo y Julieta. La directora era una mujer entusiasta de sesenta años llamada Carmen quien en estas primeras semanas nos introdujo en lo más básico con una serie de ejercicios basados en mezcla de juegos infantiles, improvisaciones absurdas y lecturas en voz alta. Nos reímos mucho aquellos primeros días, y donde liberábamos la tensión acumulada de la semana. Para mi sorpresa Cristina no solo se lo estaba pasando bien sino que era una de las más destacadas del grupo lo que hizo que nuestro interés por estas clases aumentara.
El buen ambiente no se limitaba al escenario y pronto se creó la costumbre de que tras los ensayos de los jueves nos pasaramos por el bar del teatro a tomar una cerveza. Éramos un grupo que apenas llegaba a la decena pero había todo tipo de persona desde jóvenes como nosotros a algunos ya adultos de la edad de mis padres queriendo hacer algo diferente. Pero el único que realmente nos interesa es Daniel, al que todos llamábamos Dani. Tenía 25 años y en una de estas noches post práctica, Daniel nos contó a todos como hasta hace un par de años había sido nadador de competición, una promesa del estilo libre, hasta que una ruptura de ligamentos truncó su carrera de golpe. Ya estaba recuperado y podía volver a nadar, pero era impensable que pudiera hacerlo a nivel profesional. Según explicó no quería alejarse de las piscinas, por lo que había decidido estudiar para convertirse en entrenador, tal vez de niños pequeños, y había decidido apuntarse a este club de teatro para desinhibirse a la hora de hablar con la gente, lo cual yo veía bastante innecesario ya que se le veía bastante suelto, aparte de que era bastante atractivo y todas las chicas le ponían ojitos, incluida Cristina, pero no le di importancia porque a mí también se me van los ojos al ver a una mujer atractiva, así que, ¿por qué no le podía pasar lo mismo a ella?
Todo transcurrió con normalidad en el club hasta que llegó la hora de hacer la obra de Romeo y Julieta y Carmen desveló el reparto. Como esto era un club para aficionados y no se buscaba hacer una gran obra, se creó un guión donde todos tuviéramos un rol similar, y a mí por ejemplo me tocó hacer de uno de los miembros de la familia Capuleto, pero los roles de Romeo y Julieta seguían siendo los más importantes obviamente. El papel de Julieta fue otorgado a Cristina, como recompensa a ser, como ya he dicho, una de las mejores de la clase, y para mí desgracia el papel de Romeo fue dado a Daniel, quien objetivamente no era una mala elección ya que no era malo actuando. Al principio, no le di mayor importancia. Era teatro. Eran personajes. Yo confiaba en Cristina y, aunque Daniel me generaba una leve incomodidad por su atractivo físico, lo atribuí a mis propias inseguridades. Pero los ensayos comenzaron y me empecé a sentir incómodo. Básicamente teníamos que estudiarnos el texto en casa y practicarlo en el club delante de todos estuviéramos en escena o no para que Carmen nos fuera indicando que mejorar y todos aprendiéramos. Así que dos veces por semana tenía que quedarme sentado viendo como mi novia y Daniel tenían las escenas más románticas de la historia de la literatura que según iban practicando y mejorando se volvían más realistas.
El momento crítico llegó cuando Carmen, una vez había visto que la obra ya iba avanzando en la dirección correcta abordó el tema del beso.
-Chicos, sé que esto puede ser incómodo. Es una adaptación moderna, pero la premisa sigue siendo la misma, el amor entre Romeo y Julieta. Lo ideal sería que pudiéramos tener algún que otro beso, pero no somos profesionales, hacemos esto para divertirnos, por lo que si lo preferís, podemos sugerirlo todo con un abrazo. Lo importante es la intención, no el contacto físico.
Yo estaba deseando que Cristina dijera que no porque aunque fuera actuando no quería ver a mi chica besar a otro tipo, pero ambos acabaron diciendo que un simple beso en los labios no debía ser un problema. Tras el ensayo, cuando nos marchábamos a casa, Cristina me preguntó si no me importaba, que si quería hablaba con Daniel y Carmen y lo cambiaba, pero mentí diciéndole que no ya que no quería transmitir la sensación de celos que realmente tenía, aparte de que todo el mundo sabía que yo era el novio de Cristina, y si al día siguiente esta cambiaba de opinión iban a razonar que había sido cosa mía y quedaría mal delante de todos. Desde entonces los ensayos pasaron a ser una tortura. El primer beso fue más bien torpe y Cristina se veía bastante avergonzada ya que debe ser difícil fingir un beso de pasión sin haberlo hecho antes y delante de varias personas. Pero según iban pasando los ensayos la vergüenza inicial de Cristina se evaporó y fue reemplazada por una naturalidad que me helaba la sangre. Ya no apartaba la mirada después del beso como hacía al principio y sus labios se movían con una seguridad nueva.
El clímax de la incomodidad llegó durante un ensayo de la escena final donde Daniel debía estar tumbado en el suelo con Cristina sobre él, sollozando su monólogo final. Fue durante ese momento, con los cuerpos entrelazados en el silencio expectante del teatro, cuando ocurrió. La ajustada malla de su vestuario de ensayo no dejó lugar a dudas: Daniel tuvo una erección evidente e incontrolable. Un silencio espeso, cargado de vergüenza ajena y morbo, inundó la sala. Todos lo vimos. Carmen, con una torpeza inusual gritó "¡Corten!" e interrumpió la escena. El propio Daniel se vio totalmente avergonzado y apartando suavemente a Cristina e incorporándose de un salto mientras se ajustaba la sudadera que llevaba atada a la cintura. Ella también estaba roja como un tomate, levantándose del suelo con una agitación que no era solo por el esfuerzo de la escena. Nadie dijo nada. El pacto de silencio grupal para no hacer la situación aún más embarazosa se impuso por sí solo. El ensayo continuó repasando otras escenas, pero la atmósfera estaba enrarecida. Yo sentía una mezcla de rabia, humillación y un deseo irracional de desaparecer porque al fin y al cabo todos habían sido testigos de mi novia tumbada sobre un tío totalmente erecto. Camino al metro el ambiente era extraño entre Cristina y yo al acabar el ensayo. Finalmente, no pude más y le hablé sobre el tema.
—¿Qué ha pasado hoy? —pregunté, intentando que mi voz no sonara a algo serio.
—Sí, ha sido superincómodo. Pobre Dani, estaba mortificado.
—"Pobre Dani" —repetí, incapaz de disimular el sarcasmo.
—Sí, pobre Dani —dijo ella, defendiéndolo con una vehemencia que me dolió más que el incidente en sí—. Ha sido algo involuntario, fisiológico. No significa nada. De hecho, después del ensayo me buscó y se disculpó. Fue muy educado. Me dijo que sentía mucho el bochorno, y que no volvería a pasar.
Miré fijamente sus ojos y vi que estaba convencida. O quería estarlo. Pero yo lo había visto, aquel no era el cuerpo de Romeo reaccionando a Julieta. Era el cuerpo de Daniel deseando el de Cristina. Y lo peor de todo era que, por primera vez, yo no estaba seguro de como reaccionaba el cuerpo de Cristina cuando actuaba con Daniel. En la siguiente clase Daniel se me acercó en privado y me pidió disculpas también las cuales yo acepté falsamente.
La semana previa a la función se realizaron ensayos más intensivos. Carmen nos dividía en grupos durante los últimos minutos de cada clase para pulir escenas concretas. Una tarde, tras el ensayo general, el grupo comenzó a dispersarse rápidamente. A mí me tocó ensayar con mis hermanos Capuletos hasta que llegó la hora de acabar. Estábamos empezando a recoger y me puse a buscar a Cristina porque cuanto menos tiempo estuviera con Daniel mejor. Los encontré solos acabando una escena y decidí esperar a que terminaran para no interrumpirles. Cristina y Dani estaban de pie, muy juntos, repitiendo la escena del primer encuentro, pero algo era distinto. La distancia que Carmen siempre marcaba con tiza en el suelo había desaparecido. Sus cuerpos se tocaban. Sus palabras eran un susurro cargado de una intención que no pertenecía a Shakespeare. Él recitó su línea, pero su mano no se posó en el aire como en los ensayos. Se deslizó por su cintura, atrayéndola hacia sí. Ella no se apartó. Alzó el rostro hacia él, y fue entonces cuando ocurrió. No fue el beso casto y medido del ensayo. Fue un beso húmedo, lento, cargado de una urgencia que no fingían. Vi la lengua de Daniel deslizarse entre los labios de Cristina, y cómo ella respondió con un temblor de nerviosismo pero no de rechazo. Sus manos se aferraron a sus hombros, no para empujarle, sino para acercarle más. Me quedé paralizado sin poder reaccionar de la sorpresa. Cuando empezaba a recobrar la consciencia fue Cristina quien terminó el beso, separándose con un jadeo leve. Bajó la cabeza, ocultando su rostro.
—No… no vuelvas a hacer eso —murmuró.
Pero no había enfado en su tono. No había reproche. Era una súplica débil para que no la volviera a poner en esa situación. Era el "no" que en realidad significa "sí, pero no puedo". Daniel no se inmutó. Esbozó una sonrisa pequeña, segura, y con el dedo le levantó la barbilla con una familiaridad que me partió el alma.
—Lo siento, Julieta. A veces el personaje se apodera de uno.
Ella no respondió. Solo asintió levemente, todavía sin mirarle a los ojos, y se ajustó el flequillo con un gesto nervioso que delataba su turbación. Me retiré en silencio, con el corazón martilleándome el pecho. Al terminar la clase nos reunimos en el bar como siempre pero tanto Cristina como yo estábamos distraídos. De camino al metro hablamos antes de separarnos para ir cada uno a su casa, pero era una conversación estéril con cada uno teniendo la mente en otro lado. Ya en mi cama donde pude pensar fríamente traté de quitarle todo el hierro que pude al asunto. Sí, había una tensión sexual palpable que estaba cruzando la línea, pero la obra era la semana que viene, el club se terminaría y no volveríamos a oír hablar de Daniel. Además, Cristina, luchando contra sus instintos le había frenado y seguro que ahora se sentía culpable. Confiaba en ella.
El día de la función llegó y el pequeño teatro se llenó con el murmullo de amigos y familiares, haciendo que el ambiente fuera totalmente relajado ya que ningún espectador casual vendría a ver una obra de teatro amateur. Desde mi posición entre bambalinas, observaba a Cristina. Estaba radiante. Cuando Daniel apareció en escena como Romeo, sentí como el aire se cortaba pero para mi satisfacción todo transcurrió con total normalidad. Los besos fueron los mismos que en los ensayos finales sin ningún atisbo de tensión sexual. Para ser una función realizada por aficionados consideró que todo salió bastante decente y divertido.
Al acabar la función todos nos cambiamos para después realizar una fiesta en el bar del teatro con los actores y amigos y familiares que nos habían venido a ver. Las mesas se apretaban con gente riendo, brindando y celebrando el éxito de la función. Tanto Cristina como yo estábamos rodeados de amigos que no paraban de felicitarla a ella por su interpretación aunque de vez en cuando me caía algún alago a mi también. Daniel estaba en otro rincón charlando con otro pequeño grupo del que deduzco eran conocidos suyos. Mi atención estaba dividida como un radar entre Cristina y Daniel ya que aunque era el último día del club de teatro y nuestra relación con él iba a terminar para siempre, había algo que me seguía oliendo mal. Ya llevábamos un rato y todo el mundo se había tomado ya un par de cervezas cuando me dí cuenta que los amigos de Daniel se empezaban a marchar pero él se quedaba y empezó a buscar con la mirada. Y ahí la encontró, a Cristina, quien llevaba un rato separada de mí hablando con otros compañeros de la obra y sus acompañantes. Daniel comenzó a moverse y yo le perseguía con la mirada viendo como cada vez se acercaba a Cristina. Tras alcanzarla vi como le decía algo casi al oído y como Cristina se giraba un tanto sorprendida pero a la que creo entenderle leyéndole los labios un “vale”. Daniel entonces se separó de ella y se va por una puerta trasera del bar que lleva a la parte del teatro. Aquí debería haberme acercado a Cristina y hablar con ella, pero por algún motivo me quedé paralizado limitándome a mirar sintiendo curiosidad por ver que iba a hacer. Mis temores se hicieron realidad y un par de minutos después veía como Cristina se alejaba lentamente y también atravesaba la puerta.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Dejé mi vaso sobre la barra y me abrí paso, intentando no llamar la atención, con el corazón a punto de salirme del pecho. Empujé la puerta levemente, y me adentré en la penumbra del backstage. El contraste con el bullicio del bar era absoluto. Aquí solo reinaba el silencio y el único ruido que se escuchaba era el de la música del local al otro lado de la pared. Avancé sigiloso entre bastidores hasta que empecé a escuchar el rumor de sus voces. Procedían del rincón más apartado, donde se almacenaban los viejos decorados de obras pasadas. Decidí que antes de saltar como el novio celoso sobre ellos iba a escuchar que se decían con la esperanza de que Cristina siguiera siéndome fiel. Ambos estaban de pie y Daniel sacaba de una bolsa un libro viejo y elegante entre sus manos.
—Quería darte esto —dijo su voz—. Es una edición antigua de Romeo y Julieta. El otro día en casa de mi madre ví que la tenía y pensé que tal vez la querrías como recuerdo de todo esto.
Cristina lo miró con cariño como si le hubiese hecho el regalo más tierno del mundo y le respondió:
—Dani, no puedo aceptar esto. Siendo de tu madre me sentaría mal que me lo quedara yo.
—¿Por qué? —preguntó él, acercándose un paso—. Está por casa sin que nadie le haga caso, y aunque seguramente tampoco lo vayas a leer nunca te traerá buenos recuerdos. Han sido unos meses realmente divertidos. Y lo que hemos hecho juntos, los sentimientos que hemos compartido, será nuestro para siempre.
Ella extendió la mano y acarició la cubierta del libro con una ternura que hacía tiempo que no le veía.
—Ha sido solo una obra de teatro, no le des tanta importancia—susurró, pero su tono era débil, como si intentara convencerse a sí misma.
—¿De verdad lo ha sido? —Daniel dejó el libro sobre un baúl cercano y se acercó todavía más—. Cris, no me digas que no has sentido lo mismo que yo. Hubo un momento en el que yo al menos dejé de actuar.
Daniel empezó a acercar lentamente su cabeza hacia Cristina pero ella negó lentamente con la cabeza, pero no retrocedió.
—Dani por favor, sabes que estoy con Lucas.
—Lo sé —dijo él, y su mano se alzó para acariciarle la mejilla—. Pero sé que una chica como tú no se encuentra todos los días.
Daniel volvió a acercarse y Cristina volvió a protestar.
—Lucas está fuera, debe estar preguntándose donde estoy.
—Pues que espere un poco más. Él te va a tener en cuanto salgas de este teatro, pero mientras estés aquí tú eres mi Julieta.
De nuevo volvió a lanzarse inclinando su rostro una lentitud deliberada dando a Cristina toda oportunidad de rechazarlo, de apartarse, de poner fin a lo que aún podía ser negado. Pero ella permaneció allí, con los ojos entrecerrados, viendo acercarse esa situación que ambos habían estado tanteando desde hacía semanas. Cuando sus labios se encontraron, fue con total familiaridad como si ya conocieran exactamente la forma y la presión el uno y el otro. Daniel comenzó moviendo sus labios con suavidad y Cristina emitió un quejido ahogado, casi un suspiro de derrota, y sus labios se entreabrieron levemente en respuesta. Fue la invitación que él esperaba y su lengua se deslizó entre sus labios con naturalidad como si ya le perteneciera ese espacio. Al contacto, Cristina respondió de inmediato. Su propia lengua se enredó con la de él en un juego húmedo y sensual. El sonido bajo y húmedo de sus bocas unidas resonó en el silencio polvoriento del almacén. La mano de Dani se enredó en su pelo, y la de ella se aferró a su camisa, tirando de él hacia sí.
Ya no podía soportar esto, tenía que actuar, pero entonces me di cuenta que había algo más que me aterraba más como el de montar un escándalo y era ......... fin de la primera parte.......
Secretos sexuales en las clases de teatro parte 2
que todos, mis amigos incluidos, descubrieran que Cristina se estaba dando el lote con otro. La idea de que todos supieran que mi novia me la estuviera pegando con otro me parecía aún más humillante que la infidelidad en sí, así que me quedé parado sin saber como reaccionar. Si podía tener esperanzas en que esto acabará en un beso no duró mucho ya que la necesidad de ambos se volvió urgente. El beso ya no era suficiente. Los labios de Dani se separaron de los de ella y descendieron por la suave piel de su cuello. Cristina ladeó la cabeza hacia atrás, permitiéndole el acceso. Las manos de Cristina, que hasta entonces habían estado abrazando a Daniel se fueron a su pecho para tantear los músculos de Daniel a través de la fina tela de su camiseta. Daniel respondió al mensaje y rápidamente se quitó la parte superior de su ropa quedando con el cuerpo descubierto mostrando el físico del que hasta hace poco había sido un deportista profesional. Mientras Cristina disfrutaba del cuerpo que tenía delante, los dedos ágiles y seguros de Daniel empezaron a desabrochar la parte delantera del vestido de Cristina que era lo único que ella llevaba aparte de la ropa interior. El vestido quedó abierto dejando a Cristina con solo el sujetador y las bragas a la vista y Daniel contuvo el aliento admirando la visión del cuerpazo que tenía delante. Ambos volvieron a besarse y acariciarse sus cada vez más desnudos cuerpos. Daniel empezaba a liberar los pechos de Cristina para capturar uno de sus pezones con la boca, y empezar a succionarlo y lamerlo con una intensidad que arrancó un grito ahogado de placer de los labios de Cristina. Ella mientras tanto iba a ciegas tratando de desabrocharle el pantalón.
Poco a poco el sujetador cayó al igual que los pantalones. Solo con los calzoncillos y las bragas puestas, ambos se dirigieron a una mesa donde Daniel sentó a Cristina. Él se situó entre sus piernas que ella abrió para él sin pudor invitándolo a completar lo que habían empezado. Con una mano, Daniel acarició la interior de su muslo, subiendo con lentitud deliberada hacia el centro del placer, y tras bajarle un poco las bragas, empezó a introducirle los dedos en su sexo. Él sabía exactamente cómo tocarla y Cristina se dejó llevar por el placer recostándose en la mesa para que hiciera con ella a su gusto. Mientras la mano derecha de Daniel trabajaba en ella su otra mano se dirigió a su propia entrepierna para liberar a su pene de los calzoncillos que apareció ante mi vista erecto y palpitante. Cristina no dudó en extender la mano. Sus dedos se cerraron alrededor del tronco de la polla de Daniel y empezó a masturbarlo con movimientos lentos pero firmes, haciéndolo gemir entre dientes. Era un intercambio de placer en donde los dedos de Dani no cesaban en su trabajo, mientras que Cristina, aceleraba el movimiento de su mano sobre él, sincronizándose con los espasmos que sentía en su propio cuerpo. El sonido de su respiración entrecortada, mezclado con los gemidos sofocados y el leve crujido de la mesa resonaban en el almacén. Se miraban fijamente con los ojos llenos de deseo, y finalmente Daniel terminó de quitarle las bragas a Cristina y empezó a buscar con su pene la entrada del sexo de Cristina.
—No tengo ningún condón a mano —murmuró Daniel con una voz cargada de una necesidad que nublaba cualquier otra razón. Su frente empapada de sudor y no podía apartar la mirada del punto donde sus cuerpos estaban a punto de unirse.—No importa —jadeó Cristina—. Sigue. Por favor.
Esa fue toda la invitación que él necesitó. Con una mano guiándose, apretó la base de su miembro y, con un empuje lento pero imparable de sus caderas, comenzó a penetrarla. La sensación de estar dentro de ella le arrancó inmediatamente un gemido profundo y gutural. Cristina gritó bajito en lo que era más un quejido de placer. Sus piernas, ya abiertas, se engancharon alrededor de sus caderas, atrayéndolo con más fuerza. El ritmo comenzó lento, casi como si supieran que yo estaba delante y quisieran torturarme. Daniel se retiraba casi por completo para volver a hundirse en ella. La mesa crujía con más fuerza, protestando bajo el movimiento rítmico y constante de sus cuerpos. Él se inclinó sobre ella apoyando una mano junto a su cabeza, y Cristina lo abrazó, clavando los dedos en su espalda. Cristina había empezado reprimiendo sus gemidos, pero no tardó en dejarse ir y estos empezaron a taladrar mis oídos. No creía que nadie del bar pudiera oírles por el ruido de la música, pero me latía el corazón con fuerza solo con imaginar que alguien pudiera entrar y encontrarse con este panorama. Por otro lado, por mucho que fuera mi novia, el ver esta situación de sexo pasional hizo que empezara a tener un erección que me avergonzaba todavía más.
Daniel la levantó con fuerza haciendo a Cristina gritar de sorpresa. Sus piernas se enroscaron alrededor de su cintura mientras él, aún dentro de ella, se desplazó unos pasos hasta un viejo sofá de terciopelo desgastado que había en un rincón. Se sentó, y Cristina quedó a sobre su regazo. Durante un instante solo respiraron mirándose fijamente con sus dos cuerpos brillando en sudor. Entonces, Daniel la guió con sus manos en sus caderas bajándola. Cristina entendió la orden tácita y se deslizó de su regazo y se arrodilló en la alfombra polvorienta entre las piernas de Daniel justo enfrente de su pene, aún húmedo de ella. Cristina no vaciló. Se inclinó y lo tomó en su boca con una avidez que me sorprendió aún en esta situación. ¿Se la iba a mamar así sin más, sin siquiera una mínima queja? Pero sí, Cristina empezó a mover su cabeza hacia adelante y atrás mientras Daniel quedaba sentado en ese viejo sofá que desde mi punto de vista se había convertido en un trono. Cristina podría haber estado así hasta que Daniel se corriese en su boca, pero este la detuvo tirando suavemente de su pelo para separarla.
-Como sigas así me vas a hacer venirme ya. Y quiero sentirte dentro un poco más.
Los dos se volvieron a besar y Daniel volvió a guiar a Cristina para que se subiese encima de él y empezará a cabalgar sobre su pene. Desde mi posición veía como la espalda de Cristina subía y bajaba sobre el miembro de Daniel. Cada vez que descendía su cuerpo absorbía por completo la longitud de Dani y un temblor la recorría. Cada vez que subía, solo la punta permanecía dentro, mientras el resto de su polla brillaba húmeda un instante antes de volver a ser engullida. Trataba de apartar la mirada pero el sonido de sus pieles chocando hacía que mi imaginación visualizara igualmente la imagen. En tanto, el ritmo se volvió frenético. Dani la sujetaba de las caderas con una fuerza feroz, clavando los dedos en su carne mientras sus empujes se hacían más profundos.
—Dani… —Se limitó a gemir ella mientras su cuerpo se tensó como un arco. Su cabeza cayó hacia atrás, y un largo y tembloroso gemido de liberación se le escapó de los labios.
Daniel no se detuvo. La sostuvo durante su orgasmo manteniéndola impalada en él. Cristina seguía gimiendo incapaz de soportar tanta sensación con su cuerpo respondiendo de manera autónoma. Finalmente, el temblor cesó. Su cuerpo, agotado y relajado de golpe, se desplomó sobre el pecho de Daniel. Pero este estaba lejos de estar satisfecho. Con un movimiento brusco la despegó de él y la tumbó boca abajo sobre el sofá. Cristina no oponía resistencia y su cuerpo languidecido por el placer que acababa de sentir se dejó moldear. Daniel se colocó detrás de ella con su imponente erección apuntándola. Sus manos, se apoderaron de sus caderas colocando a Cristina a su merced. Una vez todo estuvo a su gusto se ando sin preámbulos y, se hundió dentro de ella hasta el fondo en una sola embestida. Cristina gritó un sonido ahogado por el sofá, en una mezcla de dolor y placer. Daniel la follaba con una fuerza primitiva, tal vez pensando que al haberla hecho correrse ya había cumplido su función y ahora le tocaba divertirse a él. Con una mano agarró su melena, tirando de su cabeza hacia atrás para arquear aún más su espalda, mientras la otra se aplastaba contra su nuca, manteniéndola inmovilizada, dominada.
—Dios Cris, como he deseado hacer esto….—Dijo Daniel sin respuesta de ella
Dani aceleró, perdiendo el ritmo, entregándose a la urgencia de su propio clímax. Se hundió en ella una última vez, hasta el fondo, y se quedó allí, temblando. Un gemido largo y profundo le escapó mientras yo podía casi visualizar en mi cabeza como su semen brotaba dentro de ella. Su cuerpo se desplomó sobre el de Cristina dejando a los dos tumbados sobre el sofá. El silencio que cayó después. Daniel se retiró lentamente, y un hilillo blanco y espeso rezumó de entre las piernas de Cristina manchando el sofá. Vi como Daniel se empezaba a vestir y decidí volver al bar con las piernas temblorosas y el eco de los gemidos de Cristina aún resonando en mi cabeza mientras mi erección empezaba a bajar. Me abrí paso entre la gente con la mirada perdida hasta la barra donde me pedí una copa que bebí de un trago largo. Me apoyé en la barra, con la espalda contra el mostrador, y clavé la mirada en la puerta trasera que conducía al teatro. Vi como mis amigos me gritaban algo desde una mesa y asentí con la cabeza, forzando una sonrisa y me acerqué a ellos.
Finalmente, la puerta se abrió. Cristina salió primero. Se había arreglado lo mejor que había podido: se había pasado las manos por el pelo para domar los mechones rebeldes, se había ajustado el vestido y se había limpiado el sudor de la frente. Su respiración aún era un poco entrecortada.
—¡Cris! ¿Dónde te habías metido? —preguntó una de sus amigas—. ¡Parece que te hayas metido en una sauna!
Ella forcejeó una sonrisa tensa, evitando mirar a nadie directamente.
—Este bar es un horno, y con tanto ir de un lado a otro hablando con todos… —dijo encogiéndose de hombros y poco convincente, o tal vez solo me lo parecía porque sabía la verdad.
Minutos después, salió Daniel con un leve desorden en su cabello delataba la actividad reciente. Su mirada barrió la sala y se posó en Cristina. Luego, se acercó a nuestro grupo con su sonrisa fácil y desenfadada.
—Bueno, gente, me piro —anunció—. Ha sido un placer. Cris —dijo, volviéndose hacia ella—, increíble función. De verdad.
Ella alzó la vista por fin, pero sin atreverse a mirarle directamente a los ojos.
—Gracias, Dani. Tú también estuviste genial.
Él sonrió, y luego se inclinó y le dio un beso en cada mejilla. Ella se quedó rígida, apenas respondió al contacto. La vergüenza la paralizaba.
Luego, Dani se volvió hacia mí.
—Lucas, un placer. Cuida de esta pedazo de actriz, ¿eh? —dijo, extendiendo su mano hacia mí.
Por un instante, todo se detuvo. Vi esa mano, la misma que minutos antes había explorado cada centímetro del cuerpo de mi novia, que le había provocado ese orgasmo que aún resonaba en mi cabeza, ofreciéndose a mí en un acto de caballería. El alcohol mezclado con la rabia y la humillación me hicieron sentir que iba a terminar explotando, pero no dije nada. No moví un músculo en mi rostro. Solo extendí mi mano y la estreché.
—Claro—dije, y mi voz sonó plana, muerta.
Él asintió soltó mi mano y se marchó. Yo me quedé allí, con la sensación de su contacto ardiendo en mi palma, sabiendo que acababa de darle la mano al hombre que se había follado a mi novia y que la huella de ese apretón quedaría para siempre grabada en mi piel, junto con el recuerdo de lo que había visto.
La noche siguió su curso y Cristina, después de la tensa despedida con Daniel, se aferró a su vaso como a un salvavidas. Bebió con una determinación que no le era habitual como si intentara librarse de algo más que la sed. El alcohol hizo su efecto rápido. La rigidez y la vergüenza inicial se diluyeron, reemplazadas por una euforia artificial. Se reía demasiado alto, se apoyaba en mí con un peso exagerado, y sus miradas, antes evasivas, ahora se posaban en mí con un destello borracho y desafiante. Antes de la función, habíamos quedado en que iríamos a su casa a celebrar el éxito a solas. Una promesa que ya no sabía si quería cumplir. Porque mi cerebro me gritaba que me largara, que la dejara allí con su culpa embriagada. Pero otra parte de mí ardía con una necesidad inconfesable. La imagen de ella retorciéndose sobre Daniel, el sonido de sus gemidos, no me producía solo rabia; había despertado una excitación brutal y vergonzante que todavía seguía dentro de mí. Quería follármela. Quería reclamarla, marcar sobre las huellas de otro lo que aún era mío, aunque solo fuera por esa noche.
—Vámonos a casa, ¿vale? —dijo ella colgándose de mi brazo y con su aliento cargado de alcohol—. Te quiero tanto, Lucas. De verdad.
Pero esas palabras ahora mismo no significaban nada para mi. Asentí y la guié hacia la salida. En el taxi, se quedó dormida sobre mi hombro, agotada por el alcohol, los nervios y el sexo previo. Yo miraba por la ventana con una erección dolorosa presionando contra el pantalón. Una vez en su habitación rápidamente nos empezamos a besar. El olor a sexo ajeno impregnaba su piel, sus fluidos secos debían de haber manchado sus bragas. Ella misma debía de haberme detenido para no destapar su infidelidad, pero el alcohol en su sistema y la lujuria en el mío barrieron cualquier obstáculo. El sexo fue genial, el mejor que habíamos tenido en meses. Pero yo no podía desconectar. Con cada embestida, con cada gemido que le arrancaba, mi mente proyectaba la imagen de Dani haciéndolo solo horas antes. ¿Estaría más húmeda por él? ¿Gemía igual o más cuando lo hizo con él? La idea, en vez de paralizarme, me electrizó. Era un morbo enfermizo, una posesividad retorcida que me empujaba a hundirme más profundamente en ella, como si pudiera borrar al otro con mi propio cuerpo. Me corrí con un gruñido ronco, un espasmo intenso que fue tanto de placer como de autodesprecio.
A la mañana siguiente, la luz del día entró a raudales por la ventana, iluminando las prendas esparcidas por la habitación y el cuerpo de Cristina aún dormida en total paz. Me levanté en silencio, con la cabeza dándome vueltas y con una un nudo en el estómago. Me quedé sentado pensando que tal vez podía intentarlo. Tal vez podía enterrar lo que había visto, atribuirlo a un arrebato pasajero. La idea era tentadora, cobarde y cómoda. Mientras me vestía, mi mirada cayó sobre su bolso, abierto en una silla y por donde asomaba el lomo del libro de Romeo y Julieta que Daniel le había regalado. Miré su figura dormida una última vez. Ya no sentía rabia, ni excitación perversa, solo un vacío enorme y tranquilo. La decisión estaba tomada. No podía olvidar. No quería olvidar. Y con una calma que me sorprendió, salí de su habitación y de su vida para siempre, cerrando la puerta suavemente detrás de mí.

Deja una respuesta