Pruebo una polla en un intercambio con una pareja bisexual
Mi portátil zumbaba suavemente sobre el edredón, la página en blanco de mi nuevo manuscrito era un desierto que reflejaba la aridez de mi propia inspiración. ¿Cómo podía escribir sobre la lujuria cuando la mía se había vuelto tan… predecible? Quería algo que me rompiera los esquemas, que reescribiera los límites de mi propio deseo. Y esa idea, cada vez más insistente, tenía la piel suave y el sabor de otra mujer.
Fran, mi follamigo, era el ancla que me mantenía en la normalidad. Un espécimen magnífico, predeciblemente delicioso y expertamente hábil. Nuestra relación era un ecosistema perfectamente equilibrado de sexo sin complicaciones y amistad con derecho a roce. Pero el equilibrio se había vuelto aburrido. Necesitaba un terremoto. Y, por alguna razón retorcida y egoísta, quería que él estuviera en el epicentro conmigo.
"Tengo una propuesta indecente", le escribí esa noche, la pantalla del móvil iluminando mi sonrisa maliciosa.
Su respuesta no tardó ni treinta segundos. "Soy todo oídos. Y otras cosas".
Cuando llegó, se desparramó en mi sofá como si fuera suyo. Le conté mi fantasía: un trío. Sus ojos brillaron con la luz de un depredador al que le ofrecen su presa favorita. Pero la luz vaciló cuando especifiqué el menú. "Contigo. Y con otra chica".
Se quedó callado un momento, procesándolo. "¿En serio? ¿Quieres probarlo?". Asentí, conteniendo la respiración. Fran era hetero, tan rígidamente hetero como una columna dórica, pero también era un aventurero. Su curiosidad, afortunadamente para mí, casi siempre ganaba a su convencionalismo.
"Vale", dijo finalmente, con una media sonrisa. "Me apunto a la caza del unicornio. Pero tú me debes una".
La caza, sin embargo, resultó ser una mierda. Las chicas solas que encontramos en foros y apps o eran demasiado raras, o buscaban una relación poliamorosa a largo plazo, o simplemente no les interesaba. La frustración empezaba a hacer mella, mi fantasía se desvanecía. Hasta que una noche, el teléfono de Fran vibró sobre la mesa de centro.
"Bingo", dijo, aunque su tono era extraño. "O no. No sé qué es esto".
Me mostró la pantalla. Un perfil de pareja. Sofía y Mario. Las fotos eran profesionales, casi intimidantes. Ella era una diosa morena de curvas imposibles y una mirada que prometía el cielo y el infierno. Él era un adonis de gimnasio, músculos definidos y una sonrisa arrogante. Y luego estaba la última foto, una de esas artísticas en blanco y negro, en la que él posaba de perfil en ropa interior ajustada. No dejaba nada a la imaginación. Aquello no era una polla, era un trabuco en toda regla.
"Son bisexuales. Ambos", murmuró Fran, como si confesara un crimen. "Y no buscan un trío. Buscan… un intercambio completo".
Mi mente se cortocircuitó. Me excitaba mucho imaginarme con Sofía, en realidad era un sueño febril hecho realidad. Pero la otra imagen, la de Fran y Mario… era dinamita pura.
"Bueno", dije, arrastrando las palabras, probando el peso de la idea en mi lengua. "Quizá es tu oportunidad para salir del armario, campeón".
Él bufó. "Muy graciosa. A mí sólo me gustan las mujeres".
"Pero sería lo justo, ¿no?", argumenté, inclinándome hacia él, mi voz un susurro seductor. "Yo cumplo mi fantasía con una chica, y tú… bueno, tú te abres a nuevas experiencias. No tienes que hacer nada que no quieras. No te imagino chupándosela, pero… ¿que te la chupe él a ti?… Aunque la idea de que te folle me da mucho morbo… Que sientas lo mismo que nosotras. Ver tu cuerpo de machote retorcerse bajo la dominación de otro hombre…"
Vi el conflicto en sus ojos. La idea le repelía y, al mismo tiempo, una chispa oscura de curiosidad se encendía en sus profundidades. Sabía que había plantado una semilla venenosa y excitante. Lo convencí. Quedamos.
La noche del encuentro, el aire en mi apartamento era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Sofía era aún más espectacular en persona, su perfume una promesa dulce y picante. Mario nos dio la mano con una firmeza que era casi una declaración de intenciones. Su mirada se detuvo en Fran un segundo más de lo socialmente aceptable.
Las copas de vino y la charla insustancial solo sirvieron para estirar la tensión hasta que estuvo a punto de romperse. Fue Sofía quien prendió la mecha. Se levantó, se acercó a mí y, sin decir una palabra, tomó mi boca con la suya. No fue un beso exploratorio, fue una conquista. Su lengua invadió mi boca de una forma exigente, casi brutal, mientras una de sus manos se enredaba en mi pelo, inclinando mi cabeza hacia atrás. Cuando nos separamos, yo estaba sin aliento, y ella sonreía con suficiencia. "Ahora empieza lo bueno", murmuró.
Vi que Mario había acorralado a Fran en el sofá. No se tocaban, pero la energía entre ellos era crepitante.
Lo que siguió fue un caos glorioso. Sofía me empujó sobre el sofá y se cernió sobre mí. "No te muevas hasta que yo te lo diga", ordenó, su voz un susurro ronco. Me sujetó las muñecas por encima de la cabeza con una sola mano, usando la otra para recorrer mi cuerpo con una lentitud tortuosa. Sus ojos oscuros no me soltaban, una depredadora estudiando a su presa. Cada caricia era posesiva, cada beso en mi cuello era una marca. Mi cuerpo era un instrumento y ella era la virtuosa que lo tocaba a su antojo. Abrió mis piernas con su rodilla y su boca descendió, encontrando mi centro con una avidez que me hizo arquear la espalda. Su lengua era un arma de precisión, llevándome al borde del orgasmo una y otra vez, solo para detenerse en el último segundo. "Todavía no", susurraba contra mi piel ardiente, antes de reanudar su delicioso tormento. Estaba completamente a su merced.
Mi atención se desviaba hacia los dos hombres. Mario era un maestro de la seducción. Desnudó a Fran lentamente, adorando cada centímetro de su cuerpo con la boca y las manos. Vi a Fran, mi hetero y confiado Fran, temblar bajo el asalto de un placer que no sabía que existía. Lo vi arquear la espalda cuando la boca de Mario se cerró sobre su polla, sus nudillos blancos de agarrar los cojines del sofá. Estaba perdido, navegando en un océano de sensaciones prohibidas.
Y entonces llegó el momento. Nos fuimos los cuatro a la cama de mi dormitorio, una maraña de miembros sudorosos. Yo estaba a horcajadas sobre Sofía, besándola, pero mis ojos estaban fijos en ellos. El pulso me latía en las sienes. Ver a mi Fran, tan seguro de su masculinidad, a punto de ser poseído, me estaba volviendo loca de excitación. Mario estaba arrodillado detrás de Fran, que yacía boca abajo, con la cara hundida en la almohada. La pollón de Mario, duro y brillante de lubricante, rozaba la entrada de Fran. Era un tronco que prometía un castigo delicioso.
Fran estaba tenso como la cuerda de un violín. "No… no puedo", murmuró contra la almohada.
Mario no dijo nada. Simplemente siguió acariciándolo, su otra mano masajeando el perineo de Fran, buscando ese punto de placer oculto que los hombres rara vez exploran. La imagen de Fran siendo palpado y excitado así por otro hombre era obscena y maravillosa a la vez.
Luego, con una agilidad sorprendente, Mario se inclinó sobre Fran. Su lengua, húmeda y atrevida, comenzó a explorar el ano de Fran. Primero un roce suave, una promesa velada. Fran se tensó, un jadeo ahogado escapó de su boca. Pero Mario persistió, su lengua se volvió más audaz, lamiendo y succionando el pequeño ojal, preparándolo. Fran empezó a moverse instintivamente, cediendo, sus caderas buscando la presión de la boca de Mario. Gemidos bajos y guturales, que nunca le había oído, escapaban de él mientras Mario profundizaba con su lengua, estimulando cada nervio. El culo de Fran se abría y cerraba, deseoso, bajo el experto ataque. Ver a mi follamigo, tan viril, siendo devorado de esa forma tan íntima por otro hombre me encendió hasta la médula. Podía sentir su erección palpitando entre mis dedos mientras Sofía continuaba comiendo mi mojadísimo coño. Fran estaba cachondo, completamente abierto, esperando la penetración.
Fue entonces cuando intervine....fin del primer capitulo..
Capitulo 2
Me deslicé de Sofía y me arrastré por la cama hasta ponerme al lado de la cabeza de Fran.
"Mírame", susurré, mi aliento cálido en su oreja.
Levantó la cabeza, sus ojos desorbitados por el placer y el pánico.
"Confía en mí", le dije, mi voz era seda y veneno. "Confía en él. ¿No tienes curiosidad? Piensa en lo que sentirás. Dejarte llevar por completo. Sin control. Solo placer. Quiero verte, Fran. Quiero ver cómo te follan. Hazlo por mí. Quiero que sientas esa apertura forzada, esa invasión. Que sepas lo que es ser penetrado hasta el fondo, como nosotras. Ese es el verdadero regalo que te pido."
Puse mi mano en su mejilla, mi pulgar acariciando su labio inferior. "Solo una vez. Para que sepas lo que es. Para que yo pueda verlo".
Sofía se unió, su voz un ronroneo grave desde el otro lado. "Relájate, guapo. Te va a encantar. Prometo cuidarte después".
La combinación fue letal. Mi persuasión íntima, la promesa carnal de Sofía y la habilidad silenciosa de Mario. Vi la última barrera de Fran desmoronarse en sus ojos. Un gemido bajo, gutural, escapó de su garganta. Fue un sonido de rendición total. Asintió lentamente, una única vez.
Mario entendió la señal. Con una lentitud exquisita, se posicionó y empezó a presionar. Vi los músculos de la espalda de Fran contraerse, sus dedos arañando la sábana. Contuvo la respiración. La punta de Mario se abrió paso, luego un poco más. Fran ahogó un grito que era mitad dolor, mitad una forma retorcida de éxtasis. Mi vagina se contrajo, húmeda, viendo su resistencia ceder. Sentía cada centímetro de Mario entrando en él, como si me estuviera pasando a mí misma.
"Respira, mi amor", le susurré, besando su sien. "Déjalo entrar".
Y entonces, con una última y suave embestida, Mario entró por completo.
El cuerpo de Fran se quedó rígido por un instante eterno. Luego, un temblor lo recorrió de pies a cabeza. Y se relajó. Se fundió en la cama, aceptando la invasión, rindiéndose a ella. Mario empezó a moverse, despacio al principio, luego con un ritmo firme y poderoso. Y los sonidos que salían de la boca de Fran no eran de dolor. Eran gemidos ahogados de un placer tan abrumador e inesperado que lo estaba destrozando. Mi corazón latía desbocado. ¡Estaba pasando! A mi machote Fran se lo estaba follando otro hombre, y lo estaba disfrutando. Era la visión más erótica que había presenciado en mi vida.
Justo cuando Mario se iba a correr, se detuvo, saliendo de él con un sonido obsceno y húmedo, Fran se quedó temblando, con la cara todavía hundida en las sábanas. Había un silencio denso en la habitación. Lentamente, Fran se dio la vuelta. Tenía los os inyectados en sangre, los labios hinchados y una expresión que era una mezcla salvaje de vergüenza, éxtasis y furia. Miró a Mario, que sonreía con la suficiencia de un maestro.
"¿Te ha gustado?", le provocó Mario.
Fran no respondió con palabras. Con un movimiento brusco, se abalanzó sobre Mario, empujándolo hasta ponerlo boca abajo sobre la cama, en la misma posición en la que él había estado segundos antes. Mario soltó una carcajada de sorpresa, pero no opuso resistencia.
"Cállate", gruñó Fran. Se arrodilló entre las piernas de Mario, cogió el bote de lubricante y se embadurnó la polla con una agresividad casi violenta. Esto no era seducción, era una reafirmación. Se inclinó hacia el oído de Mario, y aunque habló en un susurro, su voz resonó en toda la habitación.
"Para que te quede claro", dijo, su voz áspera. "Yo no soy maricón. Los machos follan. Y ahora me voy a follar tu culazo".
Mi coño latió con fuerza. La escena era brutal. Sin más preámbulos, se posicionó y embistió. Fue una penetración cruda, un acto de pura dominación. Mario ahogó un gemido, mientras Fran encontraba un ritmo frenético y animal. Follaba con la furia de un hombre que intenta borrar una duda clavando su polla en ella.. Y era, sin duda, la cosa más jodidamente morbosa y caliente que había visto nunca.
Y en ese momento, una nueva fantasía floreció en mi mente, una necesidad urgente y egoísta.
"Antes de que os corráis! Yo quiero más", dije, mi voz ronca. Todos me miraron. Mis ojos se clavaron en Mario. "Quiero que me folles tú ahora. Con ese trabuco. Pero no de cualquier manera".
Me arrastré por la cama hasta Sofía, que estaba tumbada de lado, observando la escena con sus ojos oscuros y brillantes. Me coloqué frente a ella y abrí sus piernas. "Quiero comerte el coño mientras él me lo mete por detrás", declaré, mirando a Mario por encima del hombro de Sofía.
Una sonrisa lenta y perversa se dibujó en la cara de Mario. Era el reto final, la depravación definitiva.
Sofía soltó una carcajada gutural. "Vas a conseguir que te mate de placer", dijo, echando la cabeza hacia atrás sobre la almohada, ofreciéndose a mí.
Mario se movió detrás de mí mientras yo hundía mi cara entre los muslos de Sofía, encontrando su clítoris con mi lengua. Al mismo tiempo, sentí la punta de la enorme polla de Mario presionar contra mi entrada. Era gruesa, caliente y prometía llenarme por completo. Me empujó lentamente, y un gemido se ahogó entre los pliegues húmedos de Sofía mientras él me invadía.
La postura era una locura. Estaba siendo empalada por el hombre que acababa de ser follado por mi follamigo, mientras mi boca estaba dedicada por completo a hacer que su mujer se corriera.
Pero faltaba una pieza. Vi a Fran incorporarse, con la polla todavía dura y brillante. Sus ojos se encontraron con los de Mario, que estaba arrodillado detrás de mí. No hicieron falta palabras. En un movimiento que ya parecía natural, Fran se posicionó detrás de Mario.
"Todos juntos", susurró Fran, su voz era pura lija.
Y la maquinaria final se puso en marcha. Mario me follaba con una fuerza bestial, cada embestida me lanzaba de cabeza contra el coño de Sofía. Mi lengua trabajaba frenéticamente, saboreando sus jugos, sintiendo cómo se tensaba bajo mi boca. Detrás de Mario, Fran empezó a follarle a él, con un ritmo más lento, profundo, posesivo. Éramos una cadena de carne y deseo, un tren de la lujuria sin frenos.
Los gemidos se convirtieron en un único sonido animal. "¡Así, joder, así!", gritaba Mario. Sofía se retorcía, sus manos en mi pelo, guiando mi cabeza. Fran gruñía con cada embestida.
"¡Me corro!", gritó de repente Sofía, sus muslos temblando violentamente contra mis mejillas.
Fue la señal. El grito de Sofía me empujó al borde y, justo en ese instante, sentí un torrente caliente y salado inundar mi boca. Sofía se corrió a chorros, un géiser de placer puro que me hizo tragar y ahogarme de éxtasis. Su orgasmo desencadenó el mío, mis paredes vaginales se contrajeron violentamente alrededor de la polla de Mario, ordeñándolo.
"¡AHORA!", rugió Fran.
Lo sentí como una reacción en cadena. Fran descargó sus huevos dentro del culazo de Mario con una última y brutal embestida, su cuerpo se sacudió mientras vaciaba hasta la última gota. El espasmo de Mario al recibir la corrida de Fran, combinado con mis contracciones, fue demasiado. Con un grito que pareció sacudir los cimientos del edificio, el pollón de Mario se corrió a lo bestia dentro de mí, una erupción volcánica de semen caliente que sentí que me llegaba hasta el alma.
Caímos. No uno sobre otro, sino que cada uno se desplomó en su sitio, como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos. La habitación olía a sexo, a victoria y a todos los límites imaginables hechos polvo. Quedamos en silencio, solo el sonido de cuatro respiraciones agitadas, temblando por el eco de la tormenta perfecta que acabábamos de desatar. Y en medio de todo, el recuerdo imborrable de habernos roto todos, juntos, para reconstruirnos como algo completamente nuevo, salvaje y nuestro.

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