Monica y adrian
Mónica tenía una vida estable, un matrimonio desde hacía más de 10 años sin muchas complicaciones o irregularidades, tenía una casa perfecta y un esposo exitoso, no podía quejar. Pero en la intimidad, su relación se había convertido en algo mecánico, carente de emoción, muy rutinario. Mónica sentía que su esposo ya no la miraba cómo antes, que ya no la deseaba cómo antes.
Por eso mismo había decidido inscribirse en el gimnasio, quería sentirse mejor consigo misma, pero también quería ganar confianza, albergaba la esperanza de cambiar, mejorar su figura para que su esposa la deseara. Aunque realmente no esperaba mucho, principalmente, quería salir de la rutina, no estaba esperando que nada especial cambiara en su interior.
Pero, desde la primera vez que vió a Adrián, el que sería su entrenador personal, sintió algo que no había sentido en mucho tiempo. Era jóven, atlético, con esa energía masculina que irradiaba deseo sin siquiera esforzarse. Por lo que realmente la atrapó de Adrián, fue la manera en la que este la miraba, cómo si la deseara, cómo si la estuviera desvistiendo con la mirada, y con esa sonrisa picarona, casi invisible, le dijera todo lo que quería hacerle. La miraba cómo si viera en ella a una mujer hambrienta de algo más.
El primer contacto fue sutil, todo acorde a lo que se esperaría del trabajo de Adrián. Correcciones de postura, roces accidentales, una mano en la cintura para guiarla. Pero luego, empezaron a llegar las frases con doble sentido.
- Eres fuerte… pero podrías ser aún más flexible - Le dijo Adrián en una ocasión mientras su mano se deslizaba con confianza por su espalda baja y una sonrisa pícara, cómo si supiera lo que ella pensó en ese momento.
Guiándola con una intensidad que hacía que ese solo roce la estremeciera cómo hacía tiempo no lo hacía alguien. Mónica sabía que no debía sentirse así, que estaba mal, no quería hacerlo, pero no podía evitarlo, era inconsciente, su cuerpo reaccionaba sin que ella hiciera nada, y, a pesar de saber que estaba mal, le gustaba, no quería que se detuviera.
Las semanas pasaron y se convirtieron en meses, Mónica había notado los cambios en su físico, pero también notaba cómo su relación con Adrián, a pesar de no haber hablado tanto, había cambiado.
Cada día deseaba ir al gimnasio, pero, una tarde, casi cómo cualquier otra, todo iba a cambiar.
El gimnasio estaba casi vacío ese día. Mónica había llegado tarde ese día a su sesión personal y solo estaba Adrían para entrenarla.
- Hoy toca trabajar resistencia - Dijo Adrián con una sonrisa traviesa, esa sonrisa que siempre tiene, pero que, aunque no dice nada más, oculta muchos pensamientos que no comenta.
Hizo que Mónica hiciera sentadillas mientras la sostenía de la cintura para “cuidar su postura”, demasiado cerca de ella. Cada vez que bajaba sentía su aliento caliente en su cuello y la firmeza de su agarre.
- Así está bien - Le susurró casi al oído.
Mónica contuvo la respiración, su esposo jamás le hablaba así, ya no la tocaba así. Cuándo la hizo estirarse en el banco, sus manos recorrieron sus piernas desnudas, Adrían estaba “ajustando” su postura, pero deteniéndose un segundo más de lo necesario en cada toque. Ella lo miró directamente, este le sostuvo la mirada. Había una línea que no debía cruzar, pero, en ese instante, Mónica sabía que ya había cruzado esa línea cientos de veces en su mente.
- Ven al área de masajes - Le dijo Adrián de pronto - Estás tensa.
Mónica dudó por un segundo, pero, sin darse cuenta, sus piernas se movieron solas y lo siguieron sin esperar su respuesta.
Parte II
La sala de masajes estaba sola, en una penumbra absoluta, con un leve aroma a eucalipto en el aire. Mónica se tumbó boca abajo en la silla de masajes, su corazón latía con fuerza. Adrián comenzó a recorrer su espalda con movimientos firmes, expertos, sus manos grandes se deslizaban por sus músculos.
- Quieres que te aplique aceite - Preguntó Adrián casi a su oído.
- Sí por favor, debo hacer algo?
- Solo quitarte la parte de arriba si no quieres que se manche, si quieres te puedo ayudar.
Mónica ya sabía esto, pero quería escucharlo de él, esta le indico con la cabeza que lo hiciera y Adrían le quitó la camisa, y casi inmediatamente le aplicó el aceite en la espalda. Sus manos se deslizaban firmes por su espalda, esparcían el aceite tibio, se deslizaban por su músculos, pero cada vez se aventuraban a ir más abajo.
Cuándo llegó a la curva de sus caderas ella dejó escapar un suspiro contenido.

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