Mi esposa me regala a su madre como trofeo para follarla
Palmira, mi suegra, es señora que apenas había alcanzado la edad de los cuarenta y dos años, cuando se vio sorprendida por el repentino fallecimiento de su esposo a causa de una enfermedad coronaria. Se había casado a la corta edad de dieciocho años, a causa de un embarazo no deseado, de la que resultó el nacimiento de la que ahora es mi esposa, Elena.
Tras haber contraído matrimonio con el padre de mi mujer, Palmira pronto se vio siendo madre, a la corta edad de diecinueve años. A partir de ahí tuvo que afrontar igualmente la compatibilización de su trabajo con la maternidad, y la enfermedad de su esposo Daniel, agravada por varios procesos de tipo respiratorio. Si bien durante los diez primeros años, el matrimonio gozó de una cierta estabilidad y pudieron disfrutar del mismo, a partir de undécimo año, una serie de sucesos derivados de la enfermedad de su esposo, conllevó el que la vida se le complicara bastante. Ello impidió pensar en más hijos, y se dedicaron en cuerpo y alma al cuidado de mi esposa, Elena.
Mi matrimonio con Elena, contando ésta con solo veinte años, permitió un cierto respiro a mi suegra Palmira, quien pensó que sus problemas se le iban solucionando. Su esposo comenzaba a mejorar físicamente, y durante los siguientes tres años, disfrutaron de unos años de tranquilidad, pudiendo realizar varios viajes al extranjero. Palmira era una mujer que, a su cuarenta y dos años, aún mantenía un cuerpo joven, más bien delgado, con bastante curvas, una altura 1.70, unos pechos un poco grandes, pero no por ello dejaban de verse firmes pese a su primer embarazo; pelo castaño y unos ojos claro-oscuros que resaltaban en una cara bastante bien parecida, y sumamente atractiva.
Recuerdo que durante la boda de su hija, mis suegros actuaron como padrinos. Mi suegra se vistió de tal forma que parecía tan guapa o más que la propia hija. No en vano, se prodigaron los piropos hacia aquella durante la ceremonia, ya que realmente estaba muy elegante y bella. Por diversas circunstancias, desde los primeros momentos había caído bastante bien a mi suegra, con la que mantuve bastante confianza, hasta el punto que me contó bastante secretos de la misma.
Pero, el destino de esa mujer estaba marcado por los altibajos, y a los tres años de nuestro enlace, ocurrió el fallecimiento de su esposo. Mi esposa me llamó, llorando, anunciando el súbdito fallecimiento de su padre, debido a un fallo de corazón por su problema coronario. Aquello fue un verdadero tastarazo para mi esposa, de la que aún no se ha recuperado. Y a su madre, Doña Palmira, cayó en una depresión, al no digerir el terrible desenlace del fallecimiento de su marido. No solo se notaba triste, sino que cambió su carácter, mostrándose totalmente apagada y sin ganas de vivir. No paraba de llorar y de quejarse de su mala suerte. Por recomendación del médico de atención primaria de su centro de salud, mi esposa llevó a su madre a la consulta profesional de un psiquiatra privado, dado que parecía estar inmersa en un estado de depresión bastante agudo. Este resultó ser un médico con ciertos años de experiencia profesional, y que, tras las primeras visitas, le prescribió un tratamiento a base de fármacos antidepresivos y ciertas técnicas de relajación.
Pese a que inicialmente se le observaron algunos cambios, estos resultaron poco significativos, lo que volvió a preocupar a mi esposa. Había transcurrido el año del fallecimiento del su padre y su madre permanecía subsumida en su mundo. Cansada del poco o nulo cambio de su madre, mi esposa decidió llevarla a un psiquiatra que se venía destacando por la implantación de técnicas casi revolucionarias en el tratamiento de sus pacientes. Tras las primeras consultas con el citado psiquiatra, en la última, comprobé que mi esposa llegó a casa algo preocupada. En principio auguré que algo malo le diagnosticó el psiquiatra. Sentado a la mesa le pregunté: ¿Por qué te encuentras tan triste? ¿Qué les ha dicho el psiquiatra? ¿tan mal se encuentra tu madre? Mi mujer tomo asiento, me miró con cara de angustia, y luego me contestó: -Hay Lucio. ¡Vengo sorprendida! ¡No salgo de mi asombro por lo que el psiquiatra me ha contado! Resulta que, tres terminar le entrevista con mama, el medico que me llamó aparte, y no puedes creerte lo que me comento. Lo que me dijo, me ha dejado consternada y alucinada.
-Pero ¿tan grave es? Le pregunte, realmente preocupado. Palmira tomó aire, y comenzó a respirar pausadamente, para luego contestarme: ¿Puedes creer que, no se le ocurre otra cosa, que decirme que, “mi madre lo que necesita son unas buenas sesiones de sexo”? Hasta yo me quede perplejo. Realmente no me esperaba un tratamiento como aquel. Pues, ¡sí que era revolucionario! Igualmente me quedé, sorprendido, diciéndole: ¡Vaya, sí que es revolucionario ese psiquiatra! Pero ¿estás segura que te dijo que debía mantener sexo? Ella me miró, enrojeciendo, como si le diera vergüenza contestarme: -Me lo dejó bastante claro. ¿Te lo puedes creer?
Luego, se queda algo pensativa y añade: Me dijo que el problema es que, mi madre sigue siendo una mujer joven, y que se ha quedado como estancada, y “sus estrógenos están como paralizados”. ¡Vamos, por lo que me indicó, considera que “el único remedio eficaz es, buscar un hombre que la vuelva hacerla mujer de nuevo”! Volví mostrarle mi cara de asombro, preguntándole: -Pero ¿tú que piensas? ¿crees que esa puede ser la solución al problema de tu madre? ¡Vaya con ese medico! exclame, con poca fiabilidad de que aquello pudiera ser un remedio eficaz. No acababa de creérmelo.
Elena me miró, diciéndome: El medico me lo dijo bastante serio. De hecho, me aseguró que tiene varios pacientes, y que “esa técnica ha dado unos resultados espectaculares”. Evidentemente, me quedé obnubilado ante dicha técnica tan revolucionaria, y sorprendente. Pero, con independencia de que fuera efectiva o no, el problema más agudo era “saber si mi suegra, estaba dispuesta a ello”. El otro problema, no menos importante, era encontrar un hombre que estuviera en conexión con la misma. Extremo que no iba hacer nada fácil. Bueno coméntaselo a ver cómo reacciona tu madre- le dije.
Días después mi esposa me señaló que su madre se había negado rotundamente, diciendo que eso una verdadera locura. Sin embargo, transcurrieron dos semanas más y nada nuevo ocurrió. Una noche apareció mi esposa en casa, tras visitar a su madre, con cara de bastante angustia, diciendome: Ay Lucio ¡vengo bastante preocupada con mi madre! ¿ya no sé qué hacerle? Los tratamientos no producen producirle ninguna mejora, y cada vez la veo peor. ¡Temo que pueda hacer cualquier locura! Me quede realmente preocupado ante aquella noticia. Al final, viendo su extrema angustia, se me ocurrió decirle: -Bueno. ¿Y el remedio que te indicó el psiquiatra revolucionario? Mi mujer me miró a la cara, y me contestó: -Y, ¿quién la convence para que mantenga relaciones con un hombre? ¡Ya sabes que mama es de ideas muy fijas! Mi madre por otro lado siempre ha sido bastante conservadora.
-pues, no sé qué decirte. ¿Qué has pensado hacer? Le conteste. Pasaron unos días, y una noche compruebo que, metidos en la cama, mi esposa me miró con cara de cierta preocupación, indicándome que tenía que proponerme algo bastante comprometedor. Yo me extrañé, pero fui todo oídos. Ella sentada en la cama me dijo: Mira Lucio. ¿Ya sabes que conseguir que mi madre mantenga relaciones con otro hombre es prácticamente imposible? Pero, estoy realmente preocupada por ella. No quiero que termine cometiendo una locura. Por ello…he pensado en ese psiquiatra…tomó aire, y continuó: sé que te parecerá una verdadera locura…” ¿había pensado que?... ¿quizás contigo…? Casi me da algo. Le mire totalmente sorprendido. ¡No me podía creer lo que estaba escuchando! Como si realmente no lo hubiera entendido le pregunte: ¿me estas proponiendo que me acueste con tu madre? Joder Elena. ¡que soy tu esposo!
Mi esposa me miró totalmente sonrojada. Sin embargo, me contestó: -Ya lo sé. Pero, “creo que es el único hombre, con el que tiene suficiente confianza”. ¡No te lo pediría si no fuera porque considero que la situación de mama es muy grave! ¿Solo quiero que lo pienses? Si no quieres, lo entenderé. Me quede realmente preocupado. Aquello no me lo esperaba. Sabía que mi suegra siempre había mantenido una buena sintonía conmigo, extremo que era realmente algo extraño, pero, de ahí a hacerle el amor, era algo que no esperaba. No le conteste nada más esa noche. Realmente, no es que tuviera reparos en hacer el amor a mi suegra. Palmira era una mujer que se mantenía bastante bien, seguía siendo bastante atractiva, y tenía claro que hacerle el amor no me iba a ser ningún sacrificio, al contrario. ¡Pero, era mi suegra!
No obstante, a partir de ese día, algo sorprendente me comenzó a ocurrir, ya que a medida que lo pensaba, me hacia la idea de estar desnudo junto a mi suegra, mientras hacíamos el amor. Ello me comenzó a producir unas erecciones casi bestiales, que evidentemente intentaba ocultar ante mi esposa. No lo entendía, pero estaba claro que el solo pensamiento de poder copular con la madre de mi esposa, me estaba envalentonando. Una tarde, llegué a casa y me encontré a mi suegra que había venido a casa. Hola Palmira. ¿Como se encuentra? La note apenada, y mirándome comenzó a llorar. Yo, sin poder contenerme intenté consolarla, abrazándola, rodeándola con mis brazos, diciéndole: - vamos Palmira. Tranquila, no se preocupe tanto. Le vida continua. Nos tiene a su hija y a mí.
-Ya. ¡Pero no tengo a mi esposo! Ya no sirvo para nada. Nada tengo que hacer en esta vida. Exclamó angustiada, y con cara de autentica angustia.
-¿Que está diciendo?. Es Vd. una mujer joven. La vida en modo alguno se ha acabado. ¡Venga Anímese! Le dije intentado consolarla. Ella instintivamente se abrazó de nuevo a mi cuerpo con más énfasis, y sin poder evitarlo, note como mi vástago de increpó bajo mis pantalones. Tanto, que mi propia suegra lo llegó a notar. Me di cuenta de ello, porque en cierto momento, observé que la mujer enrojeció. No obstante, la seguí acariciando, viendo como mi suegra pese a todo me abrazó, creo que hasta con mayor decisión, como buscando el calor de mi cuerpo. En el fondo aquella mujer estaba falta de cariño. Quizás añoraba sentir el abrazo de unas manos masculinas que la arroparan. Tras un rato abrazados, ella se retiró. No obstante, percibí algo que me impresionó y me dejó pensativo. Observé que Palmira tras soltarse, instintivamente dirigió su mirada hacia el bulto de mi pantalón. ¡aquello sí que no me lo esperaba!
Resultó evidente que mi suegra quiso percatarse de lo que había sentido durante el abrazo. La mujer, algo enrojecida, fue a ver a su hija, pero yo me quedé intrigado. Relacioné todo ello, con lo que me había mencionado mi esposa. En ese momento, comencé a pensar seriamente en aceptar la propuesta de mi esposa: “follarme a su madre” una verdadera locura, pero en el fondo lo estaba deseando. Evidentemente, aquello era una “infidelidad consentida”, y además un incesto, pero necesario, y perdonable ante el fin que se perseguía. Pensaba en todo ello. No obstante, me dije: trato de justificar estos pensamientos, pero en el fondo se me pone dura solo con pensar en follarme a mi suegra.
Todo se precipitó cuando en la noche, mi esposa me preguntó: ¿Lucio? ¿has pensado en lo que te dije? La miré a la cara. No le contesté inicialmente, no quería que ella sospechara que ahora, era yo el más interesado en aceptar su propuesta. Tras unos momentos de indecisión, le dije: Elena, ¡tú sabes que por ti haría lo que fuera!. Pero quiero preguntarte algo ¿de verdad crees que no afectará a nuestra relación el que me acueste con tu madre? Mi mujer se sonrojó ante mi pregunta, pero luego me contestó: -¡Ya sabes que es por una causa necesaria!. ¡Es por la salud de mi madre, y eso está por encima de todo!
Tras unos momentos de indecisión, le dije: Elena. En el hipotético supuesto de que aceptara, ¿tú crees que tu madre aceptaría? Ella me miró, y algo sonrojada me contestó: Lucio, ya has visto que mi madre, pese a su edad, mantiene aún buen cuerpo. ¿Seguro que como hombre tendrás tus técnicas para conseguirlo? Además, “eres un cabronazo, he notado como se te pone dura cuando hablamos de ello”. ¡En el fondo deseas follarte a mi madre!
No me esperaba aquello, pero pese a todo intente vanamente convencerla de que estaba equivocada: -¡Estas loca!. Aunque, es verdad que tu madre se conserva bastante bien. Pero, ¡yo te quiero a ti!. Esa noche follamos con bastante apasionamiento, aunque en ciertas ocasiones reconozco que me folle a mi esposa con el pensamiento puesto en el cuerpo de su propia madre. ¡Que locura! ¡aquella situación me estaba llevando a excitaciones inconcebibles! Tras lo ocurrido esa noche mi esposa no volvió hablarme más del tema, pensando que quizás me había arrepentido.
Una tarde, al salir del trabajo me tomé unas copas con unos compañeros de trabajo, pasándome más de la cuenta. Sabía que mi esposa no llegaría a casa hasta bastante tarde. Conduciendo, algo ebrio, al pasar cerca de la casa de mi suegra, decidí hacerle una visita. Normalmente a esas horas solía estar allí mi esposa. Al tocar en la puerta, mi suegra apareció en la misma, recibiéndome con cara de sorpresa. No obstante, le dije: Hola Palmira. ¡Vaya que guapa la veo hoy! Mi suegra, se extrañó bastante, verme aparecer por su casa en ese estado. No obstante, me pregunta: Pero Lucio… ¿has estado bebiendo? -¿Que pasa suegra?. ¿Acaso un hombre no puede echarse unas copas de más? He estado con unos compañeros de trabajo, y quizás…luego mirándole le dije: ¿No está Elena con vd?
-mi hija se acaba de marchar hace unos momentos- me contesto aquella, algo nerviosa ante mi estado, y especialmente al ver como la miraba. Entonces, bastante excitado pese a mi estado de ebriedad, me acerqué y le dije: ¿es que no va a saludarme? ¿tan ebrio me ve? Mi suegra se puso algo nerviosa, agitada, y casi sin querer permitió que la abrazara. Ella pudo notar el olor a alcohol, pese a que, en realidad, no me encontraba tan mal como pretendía aparentar. La abrace dándole un buen apretón, hasta el punto de que una de mis manos, como si no lo quisiera, se depositó en el trasero de mi suegra. Esa acción la puso bastante agitada. Intentó retirar mi mano de su trasero, pero yo la apreté más fuerte tocando en ese momento toda su nalga derecha, sorprendiéndome de lo dura que tenía aún las carnes aquella mujer. -Oh Lucio. Tranquilízate… ¿Cómo se te ocurre tomar de esa forma? Me dijo, intentando quitarme de encima de ella, e intentando zafarse de mi abrazo. Luego me llevó hasta el sofá de la sala estar y me hizo sentar.
Me dijo: -espere, ¡voy a llamar a mi hija para que venga a buscarlo!. ¡Así no puede conducir!
-Eh suegra. Tranquilícese. ¡No llame a su hija! Ella está tranquila en casa. Ya vere después como me acerco. ¿vaya parece que quiera echarme de su casa? le conteste al momento. ¡Claro que no Lucio! Pero ¿así no puedes conducir? Me contestó algo nerviosa.
-Entonces ¿no le importará que me quede aquí hasta que se me pase? La verdad es que me pase con la bebida. No quiero preocupar a su hija, ni tampoco que me vea en este estado. Le conteste.
-Vale. Puedes quedarte hasta que se te pasen los efectos. Terminó diciéndome ella, como resignada, pero notándola algo intranquila. Al rato, cuando observó que me levanté, e intenté caminar hasta el baño, dando unos traspiés, aparentando que perdía el equilibrio. Realmente me hice más de lo que realmente estaba. Mi suegra se acercó al momento, ayudándome, diciendo: ¿A dónde va?... ¿no ve que no se tiene en pie?
-Ay Palmira. Es que tengo que orinar. ¿No querrá que me orine en mis pantalones? le comente. Vale. Se quedó algo nerviosa, agitada. Luego termina por decirme: ¡Espere que le ayudo a llegar al baño! Ella me puso su cuerpo para que me apoyara en ella, y yo le pasé la mano por el cuello, y así pude entrar en el baño, acercándome hasta donde se situaba el inodoro. Allí me hice el tonto, como que intentaba buscar mi bragueta, sin conseguirlo. Mi suegra se puso bastante nerviosa, dudando cómo reaccionar. Note los nervios de la mujer ante una situación que no esperaba. La agitación se apoderó de la misma, escuchando como me preguntaba: Pero Lucio. ¿no pretenderá que tenga que sacársela para que orine? -Ay suegra. Es que no me tengo en pie. Ni atino ni a sacarla. … al tiempo que aparenté que me iba a caer. Quería saber hasta dónde estaba dispuesta mi suegra a llegar.
Palmira se puso más nerviosa y agitada. No obstante, sin esperármelo, se colocó delante, me bajo el cierre de la bragueta, y con nerviosismo, observo que introduce la mano por la misma, y tras apartar mi slip, alcanzó mi pene. Percibí el tremendo estremecimiento de la mujer al palpar por vez primera mi daga. La realidad es que en esos momentos mantenía una empalmadura de las grandes, debido a todo lo que estaba aconteciendo. Me di cuenta, que la mujer se detuvo. Pero, pese a todo, tomó mi verga por el tronco y la extrajo fuera del pantalón. Pude verificar ¡la cara de asombro al contemplar mi pene! Pese a encontrarme un poco bebido, la realidad es que aquella acción me excitó, y comprobar como mi suegra era capaz de extraer mi falo, hizo incrementar mi erección. La madre naturaleza me ha provisto de un pene bien dimensionado, no solo en longitud, sino también en grosor. Al tomar mi macana en su mano, Palmira comprobó como aún creció unos centímetros más. La mujer no pudo evitar fijar su mirada en mi pene, constatando las gruesas venas que lo circundaban, percibiendo su enrojecimiento. No obstante, intenté aparentar tranquilidad y comencé a orinar como pude. La mujer mantuvo mi polla en su mano mientras realizaba mi necesidad urinaria. Cuando por fin terminé, ella tomo un poco de papel y me limpió el glande. -Oh Lucio. ¿No diga nada de esto a mi hija? ¿Qué locura? ¿Ni a mi esposo le hice esto en vida? Me contesto avergonzada. -Gracias suegrita. ¡Tenía bastantes ganas! ¡Si no me hubiera ayudado me habría orinado en los pantalones! y haciéndome el ingenuo, le pregunte: ¿de verdad nunca le toco el pene a su marido? La mujer me miró a la cara, sonrojada, algo agitada ante aquella intromisión en su privacidad, y me contestó: -claro que sí. …pero… ¡jamás tuve que ayudarlo a orinar de esta forma!
Intenté meterla dentro del pantalón, pero mi pene había crecido tanto, que aún se mantenía envarado. Al ver que le resultaba complicado poder devolverla al pantalón, me miró a la cara, nerviosa, agitada, sin saber que hacer …. .. diciéndome: ¿pero Lucio? Oh… ¿no me lo puedo creer?... ¿no me diga que ….. se ha empalmado? ¡que sinvergüenza! ¡Has aprovechado que te sacara el pene para excitarte con tu suegra! Me dijo con cierto enojo.
-Oh suegra… es que… ¡se me ha puesto así sin querer! Le dije. No se enfade.
-Ya… ¡en el fondo todos los hombres son iguales! Terminó exclamando. Intenté meterme el pene dentro, pero seguía erecto, y aproveché el momento para volver aparentar que me iba a caer. Eso motivo que fuera ella misma la que terminó por sujetarme, bajando la tapa del inodoro para hacerme sentar sobre ella, a fin de que no me cayera. Al verme en aquella lid, sentado, pero con toda mi mandarria fuera del pantalón mirando hacia el cielo, note nuevamente el enrojecimiento de la mujer. Pese a su pulcritud, mi suegra no pudo apartar la miraba de mi verga. Era evidente, que Palmira, pese a todo, era una mujer que aún mantenía la libido sexual activo, y presenciar a su yerno con toda su verga erecta ante su presencia, era algo que evidentemente la excitó. -Gracias Palmira. ¿Siento que me vea en esta situación?… pero, creo que hoy me he pasado con la bebida. Le dije intentando romper el silencio, y justificando mi situación.
-Ya. Pero,.…¿me quiere explicar porque se le ha puesto su pene de esa forma? ¿En qué estaba pensando?... ¿es que mi hija no le atiende? me terminó preguntando....fin del primer capitulo...
Capitulo 2
Me quedé sorprendido con aquella pregunta. Eso me dio pie para seguir adelante con mi plan de seducción, contestándole: ¡claro que si suegra!, pero… la verdad es que soy bastante fogoso… ya sabe… y, al ver una mujer, con un cuerpo como el suyo… pues… ¿qué quiere que le diga? Percibí que mis palabras causaron sorpresa en mi suegra. No era de repulsa. Mas bien de agitación, notando su intranquilidad, aunque poniéndose en guardia. No me respondió de inmediato, sorprendida, terminó diciéndome:
¿Cómo? …¿se ha excitado por mi causa?
- No lo se suegra. Pero .. “tiene que ser ese el motivo” …¿De verdad suegra, Vd sigue siendo una mujer bastante elegante, bonita y bastante apetecible!.... Y aún ¡continúa levantando muchas pasiones!
-¿pero qué dices?. Oh, Lucio… ¡se ve que has bebido bastante hoy! Exclamo mi suegra bastante azorada con mis palabras, pero evidenciando que le agradó que le hablara de aquella forma. Percibí que, pese a su timidez al hablar de esos temas, aquella mujer se había terminado excitando. Note que pese a estar con mi pene fuera del pantalón, ella no hizo nada por marcharse, permaneciendo allí, observándome. No separaba su vista de mi vástago, viendo que la visión de mi nabo la tenía obnubilada, concentrada en el mismo. -Es cierto que he bebido, y me siento algo mareado. Pero, lo que le he dicho es cierto Palmira. ¡Sigue siendo una mujer muy deseable! Le volví a repetir.
Eso la terminó de agitar, diciéndome: Ay Lucio. ¡No debe decirme esas cosas! Vd tiene a su mujer. ¡Y no debe olvidar que soy tu suegra!
-Ya lo se Palmira. Sabe que yo quiero mucho a su hija. Pero…también me gusta Vd. ¡eso tampoco pueda evitarlo! Le conteste con total atrevimiento y osadía. Era un atrevimiento que no sabía dónde podía llegar, y que podía terminar en un enfado de aquella mujer. ¿Pero que dice Lucio…? Mejor…. será que dejemos esta conversación. ¿Creo que nos estamos pasando? No obstante, pese a sus palabras, volvió a mirar mi pene, poniéndose cada vez más nerviosa, excitada, añadiendo: pero ¿es que no se le va a bajar? …Vamos, mejor será que se recueste en el sillón hasta que se le pase su estado.
Sin meterme el pene dentro del slip, ya que no me cabía, por lo erecta que se mantenía, mi suegra me ayudo a caminar hasta el sillón de la sala. Me agarre bastante a ella, sintiendo su calor. Al volver a sentarme, ella observó de nuevo mi mandaría, que procuré se mantuviera fuera del pantalón. Al verme, nuevamente exclamo: pero… Lucio, “piense en otra cosa”, ¡a lo mejor así se le baja!
En ese instante, la observé de arriba abajo. Comprobé que llevaba una falda a cuadros, algo baja y una blusa. Verdaderamente mi suegra se mantenía en plena forma. Tenía un cuerpo sumamente deseable. Pese a que, estaba con aquella indumentaria bastante tradicional. Solo pensar en tener desnuda aquella mujer, mi pene creció aún más. Palmira al ver como la miraba y el envaramiento de mi nabo, exclamo: -¡Pero Lucio, no me mire de esa forma!... oh oh … ¿le está creciendo? …Oh que locura… Voy a la cocina hacerle un café para ver si se le baja esa borrachera-terminó por decirme bastante agitada.
Cuando al rato regresó con el café. Yo me hice un poco el dormido, pero manteniendo mi pene fuera del pantalón, y con una erección a rabiar. Mis ansias por follar a mi propia suegra ya no eran por deseo de mi esposa, sino por deseo propio. Me di cuenta, que, al llegar, dejó la taza de café sobre la mesa, y contempló mi pene fuera del pantalón. Cuando abrí los ojos la descubrí mirando mi tranca. -Oh .. Lucio… le he traído una taza de café bien cargado. A ver si se le quita un poco esa borrachera. Intento justificarse.
Me lo tomé, y le di las gracias. Sin embargo, mantenía fuera mi verga. Notaba que la mujer seguía excitada, y se revolvía en el sillón. Seguro que nunca había estado ante una situación semejante. Llevaba tiempo del fallecimiento de su marido, y era evidente que aún mantenía intactos sus deseos sexuales. Al ver que no se me bajaba la erección, me preguntó: -Pero Lucio. ¿va a estar toda la noche con eso al aire así?
-¿Y que quiera que haga Palmira?. Si estuviera mi mujer aquí seguro que ella sabría como bajarla. Pero…me atreví a decirle. Ella comprendió claramente la indirecta y me contestó algo alterada: ¡No sea grosero Lucio! ¿No pretenderá que su suegra la baje esa erección? ¡soy una mujer decente y aunque mi esposo haya muerto, le sigo siendo fiel!
-Ya sé que es una mujer decente suegra. Jamás lo he puesto en duda. Pero, lo de continuar siendo fiel a su esposo, no lo entiendo. “Él ya está descansando”. ¡Seguro que hubiera deseado que Vd. siguiera disfrutando de la vida! Y también de los placeres sexuales.
Ella me miró, dándose cuenta de que estaba entrando en problemas de más calado, y me contestó: Ya. ¿No le habrá dicho mi hija lo que me prescribió el psicólogo verdad? ¡ese hombre es un verdadero grosero! ¿Mira que proponerme eso? Me di cuenta, que iba por buen camino, así que le dije: Su hija está preocupada por su salud. La quiere mucho. Y ella, es de la opinión que quizás ese medico tenga razón. Es vd una mujer joven aún, y seguro que necesita ser amada, sentirse mujer de nuevo.
-Ay Lucio. No siga por ahí… me contesto algo nerviosa al tocar aquel tema, viendo que se comenzó a excitar. Me di cuenta, que mi suegra, ante lo ocurrido, se encontraba sumamente excitada, aunque no lo quería reconocer. Por ello, le comenté: ¿Qué ocurre Palmira? ¿le pone nerviosa hablar de estos temas? Yo opino como mi mujer, ¡Vd necesita que la vuelvan hacer sentir mujer! Necesita un hombre que la ….
-que dice… Oh Lucio… ¡yo no necesito ningún hombre! Exclamo algo alterada. Yo fue más decisivo y sin cortarme un pelo, le dije: ¿No me lo creo suegra?… es más… ¿me apuesto lo que sea, a que en estos momentos se encuentra excitada y seguro que tiene sus braguitas mojadas?
Palmira se levantó como un resorte ante mis palabras, diciendo: ¿pero que dice Lucio? ¡No se desvergonzado! ¡Aunque este ebrio no le voy a consentir que me falte al respeto!
-Lo siento, suegra. ¡No he querido ofenderla! Estábamos hablando… ¿Por qué se pone tan agitada? ¿Le pone nerviosa reconocer que tiene las bragas húmedas? Le volví a increpar pese a conocer que estaba jugando con fuego, conociendo el carácter de la madre de mi esposa. Palmira me miró. Tomó aire, y mirándome a la cara me dijo: No me pongo nerviosa. Pero…¡tampoco tengo las bragas mojadas!... ¿eres un engreído? Como todos los hombres.
Al ver que no se lo había tomado tan mal, decidí retarla: ¡le apuesto lo que Vd. quiera, a que tiene sus bragas mojadas!
-ja ja….Veo que sigues con esas…¡No tengo porque apostarte nada!…. Por lo que veo, te vas encontrando mejor. ¿quizás sea mejor que …! Me contestó con una media sonrisa en los labios
, -¿Ya veo que me quiere echar?. Le comenté, añadiendo: ¡Vamos palmira! ¡Tómelo como un juego! Necesita algunos ratos de alegría. No se ponga así… ¡sabe que la aprecio mucho!
La mujer se quedó algo desconcertada por el tono amable de mis palabras, volviendo a sentarse enfrente a donde me encontraba. Tras unos momentos de silencio, dirigió su mirada hacia mi vástago, y noté su nerviosismo enrojeciendo, terminando por decirme: pero Lucio… llevas casi media hora … ¿aun estas así? Yo sonriendo le contesté: ¿no se ofenda suegra, pero me gustaría hacerle una pregunta?
-¿Una pregunta?.. ¿Qué clase de pregunta? Me dijo ella al instante, mirándome algo sorprendida, pero a la vez intrigada.
-Bueno es un poco íntima. Pero, ¡solo, la hare si no se ofende!
-vale. No me ofenderé. Aunque viniendo de Vd … ¡espero cualquier cosa! Fue entonces cuando decidí ser un poco más directo, y le pregunté: ha estado viendo toda la noche mi pene. ¿El de su marido era como el mío? Ella se revolvió en el propio sillón. Me miro a la cara, volviendo a ojear mi pene, contestándome: ¿No tendría por qué contestar a este tipo de preguntas tan intimas? Pero, he prometido que lo haría…se contuvo, espero unos instantes, para terminar, diciendo: Estas noche no sé qué te pasa…¿Qué quieres que te diga?... -trago saliva de nuevo, se volvió a revolver en el sillón, y añadió: mi esposo era bastante reservado… en pocas ocasiones pude verlo completamente desnudo. ¡Claro que llegue a ver su pene? …pero, ¿comparar el tamaño de su pene con el suyo…?….pues .¡ La verdad es que no tenía comparación con lo que estoy viendo ahora!.
Mas incisivo le pregunte: -Ya...¿Considera que el mío no está a la altura de la de su marido?.
Ella me miró, trago saliva, se me quedo mirando incisivamente, mostrando cierto brillo en sus ojos. ¡Aquella era la cara de una mujer excitada! No tenía la menor duda. Con agitación contenida me contestó: No es eso …. La verdad…. ¡nunca había visto algo tan grande! Tragó saliva nuevamente y me preguntó: ¿de verdad le metes todo eso a mi hija? …pobrecita…¿la debes tener bien abierta?. Con bastante ego le contesté: ¡Pues Elena disfruta mucho con ella! Y, ¿si quiere conocer si de verdad le entra toda? ¡le diré que hasta los testículos suegra!
Luego, sin esperar su reacción, la miré a la cara y le dije: suegra… estamos solos. Nadie va a saberlo, ande ¿tóquela? ¿sé que desea tocarla? ¿Volver a tener un pene en sus manos? ¿Por qué se reprime? Ella me miró, agitada ante mi grosera propuesta. Me quedé preocupado al verificar su rostro, con cara mujer ofendida. No me contestó, viendo que intentó relajarse, para luego decirme: Ya ¿tú lo que quieres es que te toque el pene? ¡sabes que eso no está bien!
Ante aquella reacción, hice algo más imprudente, me solté la hebilla del pantalón y bajé el mismo junto con mi slip. Ella se agitó al ver mi acción. -¿pero que hace? ¿Porque se ha desabrochado el pantalón…? Me quedé completamente desnudo de medio abajo, mostrando a la madre de mi esposa, todos mis atributos. Pese a su primera reacción, la misma se mostró más interesada, observando mi falo y mis testículos. Note la cara de excitación de aquella mujer. Palmira, pese a sus prejuicios, se estaba excitando considerablemente. ¡no me cabía la menor duda! Siempre había sido una mujer casta, conservadora y sumamente fiel a su esposo. Pero en esos momentos algo estaba cambiando. -Lucio. ¡Por favor tápese eso! ¡es un desvergonzado! ¿Cómo se le ocurre …?- exclamó con su cara enrojecida por el deseo y la pasión.
Me sorprendí al ver que se incorporó, pensando se iba a marchar. Al contrario, cuando menos me lo pensaba, se sentó a mi lado en el sillón. Contempló mis genitales por unos instantes, y ante mi sorpresa, vi como atrapó mi pene en sus manos. No solo se conformó con ello, sino que comenzó a palparlo, recorriendo toda su longitud y comprobando el grosor del mismo, verificando hasta el relieve de mis venas. Mi pene al sentir el calor de la mano de la madre de mi esposa se increpó aún más, alcanzando unas dimensiones que asustaron a la propia mujer. Pese a contemplar como mi falo creció en su mano, no dijo nada. Continuó con su manipulación, logrando echar el pellejo hacia atrás, terminando por descapullarlo. Observó el tremendo prepucio, osando acariciarlo con sus dedos. Me miró en varias ocasiones, sin soltar mi manivela, y cuando menos me lo esperaba metió su mano más abajo, y de forma descarada atrapó mis testículos. Al palparlos entre su mano, no dudó en reaccionar: ¿pero chico?… ¿Cómo los tienes? ¡están repletos! ¿De verdad mi hija te atiende bien?
-Si. Pero lleva unos días con la regla. Ya sabe… me intente justificar. -Ya veo. ¡Parece que te fueran a reventar! ¡que bárbaro! Aproveche entonces para decirle: Ya. suegra. Como puede constatar ¡necesito descargarlos!
Aunque se ve que mis palabras la volvieron a excitar aún más. Observé su mirada, y era la de otra mujer, esta vez, la de una auténtica mujer en celo. Me miró fijamente: ¿no querrá que se los descargue yo?
-¿acaso no lo está deseando?. Vamos suegra no se reprima…. ¡Ya sabe que además se lo ha recomendado el médico! Le conteste pícaramente.
La madre de mi esposa me miró, y de forma tajante me contestó: Ya… . ¿tú lo que realmente quieres es follarte a tu suegra? No pude contenerme más: -¡No lo niego suegra!. “Tengo unas ganas enormes de hacerla mía”. Desnudarla y clavarle mi pene hasta la empuñadura. Uf.. suegrita, ¡esta noche le voy a echar un polvo que se le quitarán todos los males!
Pese a su encandilamiento por mis palabras, al observar los voluminosos pechos de la misma, alce mis manos, logrando acariciarlos por encima de la blusa que llevaba, palpándolos, apretándolos con mis manos, y masajeándolos, levantando los suspiros de la mujer. Al poco tiempo, sin darle tiempo a reaccionar, comencé a desabrochar su blusa, que pese a todo ella me permitió, quedando a la vista su sostén, que pronto igualmente desaté, dejando al aire, por primera vez los fabulosos pechos de aquella portentosa mujer. No me lo podía creer: ¡mi suegra tenía unos pechos mayores y más firmes que los de su propia hija! -Oh Palmira. ¡Que pechos más hermosos!. Me pegué más al cuerpo de aquella mujer, hasta sentir el calor de aquellos pechos en mi cara, masajeándolos, comprobando su volumen y su firmeza, al tiempo que escuché sus suaves gemidos, sin soltar en ningún momento mi vástago de su mano. Hundí mi cabeza entre sus pechos, sintiendo el calor de los mismos, al tiempo que una de mis manos bajó por su espalda hasta alcanzar su trasero, apretando una de sus nalgas. Me quedé anonadado ante el consentimiento de la mujer. Parecía que la madre de mi esposa estaba entregada.
Viendo esa buena disposición, y ante la incomodidad de hallarnos en plena sala, hice algo que la sorprendió: la tomé en mis brazos, mostrándole mi poderío, llevándola en volandas hasta su dormitorio. Oh que hace Lucio…. No sea loco… oh ¿dónde me lleva?… Una dentro de la habitación, la deposité en la cama, tumbándola, quedando ella boca abajo. Sin poder contenerme le subí la falda, observando por primera vez sus nalgas desnudas, detectando que su braguita apenas tapaba el ano y poco más. Tomé aquellas posaderas, las apreté ante el gimoteó de la suegra, y luego le di unas palmadas. Pesé a escuchar sus quejas, se quedó inmóvil, ofreciéndome su trasero, e incluso facilitó la tarea abriendo un poco sus piernas. Con mis dedos acaricie le tela de su braguita, bajando por su culo hasta pasar mis dedos por encima la ranura de su coño. Mi pene se puso a tope. Luego con total osadía, le fui bajando su braguita, apareciendo ante mí su ojete intacto, comprobando que aquel orificio nunca había sido horadado. ¡Estaba seguro que mi suegro nunca lo había visitado! Instintivamente, demostrando su calentura, la mujer se abrió más de piernas, obligándola a incorporar un poco su trasero, quedando casi de rodillas sobre la cama, en posición de cuatro. Me detuve para contemplar por vez primera los labios vaginales de aquella hembra, bastante abultados, y con abundante vello alrededor. Tomé mis dedos, los metí en la boca, los moje bien en saliva y los introduje entre sus muslos, desde atrás, hasta tocar su coño, consiguiendo abrirle los labios vaginales, decidiéndome a introducir dos de ellos en su cavidad vaginal, percibiendo los gemidos de mi suegra. Me entretuve, con mis dedos en su vagina, verificando que pese al tiempo que nadie entraba en aquella cueva, parecía sentirse bastante lubricada. -Oh Lucio… no siga….
Cambié de estrategia y la hice recostar boca arriba, la abrí de piernas ante su aquiescencia. Le terminé de retirar las bragas, sacándose por sus piernas, mostrándome la madre de mi esposa, toda su vagina. Me quedé ampliamente sorprendido, ya que mantenía su vello bien recortado, visualizando los abultados labios vaginales, que me apresuré abrir con mis dedos, observando el interior de la frondosa vagina. Ante sus gemidos, pase varios dedos a lo largo de toda la raja, de arriba abajo, concentrándome en su clítoris. Palmira comenzó a gemir insistentemente, emitiendo gritos de agitación, incapaz de pararse. Oh Lucio… que me hace… ooo noooo Me di cuenta de la tremenda excitación de aquella mujer, la cual, solo con frotarle mis dedos por su raja, sin meterlos en su coño, estaba emitiendo gemidos de placer. No me lo pensé dos veces, y acercando mi boca, pasé mi lengua por toda la raja, barriendo la misma de arriba abajo, volviendo a concentrarme en su clítoris, haciéndola revolverse. Luego volví a descender llegando incluso a barrer con mi lengua su ano. Esto parece que agitó a mi suegra, que comenzó a gritar, corriéndose salvajemente, entre gritos de placer. Note su excelente corrida en mis propios labios, teniendo que saborear los abundantes jugos vaginales. Tras lo ocurrido, observé como la mujer se incorporó, diciéndome: Me has comido ahí abajo…. ¿es que no te da asco? … no pensé que….
-Pero se ha corrido suegra. ¿Lo ha disfrutado verdad? - le conteste. Ya veo… ¿A mi hija también se lo haces? Me preguntó. -Pues claro.
Ella se incorporó, y me hizo recostar sobre la cama, tomando ahora la iniciativa. Me dejó boca arriba en la cama, quedando ella de rodillas, situándose cerca de mi pene. Tomó este en su mano el mismo, lo manoseo con sumo deleite, volviendo a descapullarlo. Oh cabronazo, veo que la sigues teniendo erguida…. Ante mi sorpresa, veo como se incorporó sobre la cama, para lograr colocar sus piernas a horcajadas sobre las mías. Poco a poco fue acercando su cuerpo hasta colocar su vagina justo a la misma altura de mi pene. Mi excitación estaba a tope, mi suegra parecía tener la intención de clavarse mi verga. Eso hizo endurecer aún más mi falo. Palmira, con cautela fue acercando los labios de su coño hasta alcanzar la punta de mi pene, deteniéndose para embadurnar la cabeza, constatando como los abundantes jugos vaginales mojaron todo el capullo. Luego, con la misma cautela, algo temerosa, se fue dejando caer poco a poco, viendo como mi tranca iba ingresando dentro de su vagina, abriendo la misma. Pese a su estado de lubricación y haber tenido una hija, parecía que el tiempo había estrechado las paredes vaginales. No llegaba a comprender que a medida que mi pene profundizaba, cada vez parecía más estrecho el orificio vaginal. Oh.. Lucio… la tienes bien grande…. Evidentemente mi suegra se percató en ese momento que el pene de su yerno, nada tenía que ver con el de su fallecido esposo. Noté que le estaba costando ensartarse mi tranca. Pese a todo, me miró a los ojos, desafiante, retadora, como una gata en pleno celo. Su mirada simulaba querer decirme que era capaz de clavársela toda. Por ello, de dos sentadas terminó por engullir la totalidad de mi falo. Note como mi pene abría la concha de mi suegra y se incrustaba totalmente, hasta el fondo, totalmente. Se la había clavado hasta los testículos. Una vez dentro, recostó un poco su cuerpo sobre el mío, colocando sus manos a ambos lados de mi cara, queriendo mitigar un poco ese primer dolor, al tiempo que me miró diciéndome: Eres un verdadero cabronazo, ¡al final has conseguido follarte a tu suegra! ¿Es lo que querías verdad?
-No lo niego suegra. Desde que su hija me lo propuso no he dejado de pensar en cogérmela. Esta mas buena de lo que pensaba. No tiene nada que envidiar a ninguna mujer joven. Me di cuenta que mis palabras agradaron la madre de mi mujer, comprobando como comenzó a mover su trasero, haciendo subir y bajar su cuerpo, clavándose y desclavándose mi pene una y otra vez, al tiempo que las paredes de su vagina apretaban al máximo mi pene, en clara intención de triturarlo, intentando alcanzar el máximo placer. Colocó su cara muy cerca de la mima, mientras continuó cabalgándome. Le susurre: Palmira… ¿le gusta mi polla? ¿ha visto como me la está poniendo? La tengo cada vez mas dura. Le voy a echar un par de polvos esta noche.
La mujer de mi miró, quedando nuestras caras enfrentadas, diciéndome: No debería haber accedido. Pero tengo que reconocer que tienes una buena pieza…. Jo nene… ¡me llenas completamente! ..
Sin decirle nada, acercó su boca a la mía, y sin más me beso. Algo que no esperaba de mi propia suegra. No me lo pensé dos veces, y abrí mi boca, y le respondí, enzarzándonos en unos besos ardientes, que aceleraron las cabalgadas de la mujer. Resultó a todas luces evidente que Palmira estaba disfrutando del polvo, acelerando el ritmo cada vez más. Lo que me demostró que pese al decaimiento que había demostrado, en el fondo era una mujer que necesitaba sentirse deseada, querida. Mientras veía como se contoneaba, ojeé los pechos de aquella mujer, que vislumbre entre la blusa desliñada que aún mantenía. Dirigí mis manos, logrando tomarlos entre mis manos, apretujándolos, haciendo que la excitación se incrementara. Fue un acicate más para aquella mujer, que poco después de se incorporó nuevamente, y echándose hacia atrás, hizo algo que me sorprendió para una mujer con su edad: logró apoyarse en mis muslos, y mirándome morbosamente a la cara, comenzó a realizar movimientos con sus caderas, como si batiera mi pene dentro de su vagina. Era algo que no esperaba. No pensé que la madre de mi esposa se mantuviera en aquella buena forma física. Esos movimientos, me enloquecieron, teniendo la sensación que me correría de inmediato. Empleó tal fuerza e intensidad que pensé que terminaría por partirme el pene dentro de su vagina. Observé el rostro de aquella mujer, y era la lujuria personalizada. Palmira, con su cara enrojecida por la pasión del momento, estaba disfrutando como una jovencita de aquel polvo. Se recreaba con las contracciones de su vagina sobre mi pene, que pronto la llevaron al culminar en el orgasmo. Mi suegra comenzó a convulsionarse, retorciéndose, apretando al máximo mi pene con sus paredes vaginales, vociferando, dando bandazos con su cuerpo, hasta acabar viniéndose, entre gemidos y gritos de placer que no contuvo: Oh me vengo …. Oh Dios ….siii…me vengoooo Palmira se estivo viniendo durante más de cuatro minutos, deduciendo que alcanzó varios orgasmos seguidos. Al final, la madre de mi esposa, tras el tremendo esfuerzo físico, acabó derrotada, con todo su cuerpo reclinado hacia atrás, sostenida en mis rodillas, dejándome observar claramente su vagina aún atravesada por mi tranca. Tras permanecer unos momentos en aquella difícil posición, se incorporó, haciendo salir mi pene de su vagina. Luego, se recostó cayendo rendida de espaldas sobre la cama, abatida, en clara intención de recuperarse. Su corazón latía aceleradamente. Espere pacientemente que descansara. Cuando me percaté de que se hallaba mejor, me miró mostrándome una sonrisa, diciéndome: … llevaba tiempo sin correrme de esta manera. Sin contestarle, me incorporé, tomé sus piernas abriéndolas, colocándome entre ellas. Me miró sin repulsa, dirigiendo su mirada hacia mi vástago que aún seguía encabritado. Note su agitación en cuanto me acaricie la tranca para ponerla en plena forma. Acto seguido acerque mi pene a las puertas de su vagina. Al primer contacto, note como mi suegra reaccionó de nuevo. Presioné viendo como le ingresé más de una tercera parte de mi pene dentro de ella. Oh Lucio… joder sigues en forma…. Exclamo, al contemplar como su vagina se abría nuevamente para permitir le invasión de mi vástago. La fui metiendo poco a poco, despacio, pausadamente, hasta que tomando impulso de un golpe de riñones logré clavarle la totalidad del nabo. –oh .. despacio ooo ooo nooooo
Mi tremenda excitación, no permitía estar para contemplaciones, y tras sacarla un poco, de un nuevo golpe de riñones se la volví a encajar. ¡Nuevamente tenía ensartada a la madre de mi mujer hasta las mismas bolas!- oh suegra…uf que coño más sabroso….es una delicia… Palmira no contuvo los gemidos de placer ante las embestidas de su yerno. Se sentía totalmente llena, ensartada, abierta totalmente. Me di cuenta que parecía como si le costara respirar: -Oh nene como estas …me vas a reventar….
-Uhm suegra. No pensé que fuera tan delicioso follarla. Me la voy a estar follando toda la noche…. le voy a dejar el coñito inflamado… o siii le decía sin parar de bombearla, despacio, sacando y metiendo mi tranca, una y otra vez. Cada vez la extraía para volver a ensartarla, cada vez con más fuerza y más profundamente. El cálido coño de mi suegra, las contracciones que realizaba con su vagina, me excitaban como nunca. Tuve claro que follar aquella mujer era puro placer. Notaba como su vagina se adaptaba perfectamente a las dimensiones de mi falo, y me acompañaba con movimientos hacia mi encuentro, permitiendo que mi pene entrara profundamente en su vagina. Oh..Lucio…. como me llenas… Aquellos movimientos, con profundas embestidas, de varios minutos de duración, permitieron a Palmira obtener un nuevo orgasmo: - oh.. me vengo de nuevo…. ooooo
Pero esta vez no me detuve. Pese a ver como alcanzaba su orgasmo, la continué penetrando, ensartando mi pene hasta la misma base. Aceleré el ritmo de mis penetraciones, perforándola con gran ímpetu, abriendo las piernas de la suegra al máximo, logrando que mi penetración fuera profunda. Hasta que me di cuenta que no podía más, tenía que descargar ya. Mi suegra era una mujer que pese a todo, se percató claramente de que estaba a punto. Fue entonces cuando me dijo: Lucio….debes hacerlo fuera…. Sabes que todavía sor fértil…. Oh ¿no pretenderás hacerlo dentro?….
En esos momentos había perdido el control y la noción del tiempo: ¡solo quería descargar, llenar el coño de mi suegra! Nada me importaba en ese momento. Entre mi agitación, viendo como emergía por la uretra el caliente semen procedente de mis acumulados testículos, atine a escuchar como la madre de mi esposa intentaba detenerme: - oh no Lucio dentro nooo. Eres un cabronazo… ¡quieres preñar a la madre de tu mujer!... ¡estas loco me puedes embarazar!
Pese a sus palabras, la mujer sintió los primeros lechazos de mi semen dentro de su vagina. Apreté fuertemente, asiéndome al cuerpo de mi suegra, profundizando al máximo dentro de su vagina, mientras continue deslechandome. Lechada tras lechada, mi semen emergía como un surtidor. No llegaba a entender de donde me salía tanto semen…Hasta yo mismo me sorprendí. Oh … lo estás haciendo…oh como me llenas oo... exclamó entregada, abriéndose al máximo para que mi semilla llegara más profundamente. No sé el tiempo que estuve viniéndome. Era algo inenarrable, sentir como lanzaba mi semen dentro del coño de mi suegra, fue algo que jamás podré olvidar. Ni su propia hija podía emular a su madre. Follar aquella hembra era de los mejores placeres que la vida me había concedido. Me recosté sobre ella, aún con toda mi verga dentro, depositando mis labios sobre los de ellas, la besé nuevamente. Me costó hasta salir de su coño. Me lo tuvo que pedir ella. Contemplar la vagina de mi suegra, con los labios algo inflamados y la hilera de semen que discurría hasta bajar por su culo y llegar hasta la cama, fue una visión magnífica. Palmira me dijo entonces: Lucio …¡eres un loco!. ¿Cómo se te ha ocurrido hacerlo dentro? …joder me has llenado bastante… y sonriéndome, añade: ¡se ve que estabas necesitado! Al tiempo que me palpó mis testículos comprobando si los había descargado bien. Le sonreí igualmente, diciéndole: No se preocupe.
¡Aún me queda una buena reserva para lo que resta de la noche!. Ella se agitó ante mis palabras, diciéndome: ¿de verdad te vas a quedar esta noche a dormir? ¿Qué dirá mi hija? -la verdad. Le diré que estoy con el tratamiento que le recomendó el psiquiatra. le conteste sin inmutarme. -¡que cabronazo eres!. Se ruborizo.
Aquel intenso polvo nos dejó agotados a ambos, por lo que sin más nos quedamos recostados sobre la cama, casi desnudos, abrazados. Tanto mi suegra como yo sabíamos que la noche iba a resultar movida, y necesitábamos recobrar fuerzas. Mientras conciliaba el sueño, tome conciencia de lo ocurrido, y como la prescripción facultativa de un psiquiatra que consideraba alocada, había fructificado en la mejor cogida de mi vida. Era una infidelidad, pero consentida, y además necesaria. Solo pensar que a partir de ese momento iba a tener la posibilidad de follarme a madre e hija, hizo que mi pene recobrar una cierta erección casi inmediata.

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