Me follo a mi jefa siendo su chofer pobre
Conseguí trabajo como conductor de taxis VTC para el verano aprovechando que en el servicio militar me saqué el permiso para conducir camiones. Fue la mejor oferta de trabajo que conseguí para sacar un dinero que me era necesario para poder estudiar en invierno. Le caí bien al jefe y a los pocos días me asignaron un coche de lujo para clientes dispuestos a pagar la tarifa extra.
A los dos días me encargaron recoger en el aeropuerto de Madrid a una mujer italiana, llamada Carlotta, para llevarla a su hotel en el centro. Era una mujer esbelta. Se notaba que era mayor y estaba operada, al menos, de la cara y el pecho porque la piel de las manos no coincidía con la de la cara y los pechos estaban demasiado tersos para la edad que representaba. Al llegar a su destino me dio un billete de cien euros de propina, dos veces más de lo que valía la carrera que se abonaba mediante tarjeta de crédito a la empresa.
Esa misma noche me encargaron recogerla en el hotel para ir llevarla al teatro, esperar a que acabara la función y volver a llevarla al hotel. Una carrera ridícula a una distancia de menos de tres kilómetros por la que iba a pagar un dineral, pero la señora quería llegar al teatro en un Mercedes de lujo y el dinero parecía no importarle. Al llegar al teatro me dio otros cien euros, me pidió mi número de teléfono y me dijo que me llamaría diez minutos antes de necesitarme para devolverla al hotel. Y que mientras me divirtiera tomando una copa. Tuve la suerte de poder aparcar el coche y me metí en un bar a tomar un bocata con una cerveza para cenar. Ocho euros en total incluido el café. El resto al bolsillo.
Al día siguiente me llamó mi jefe y me dijo que la señora quería el coche a su disposición en exclusiva para los próximos cuatro días y sin horario, por lo que tendría que estar a su disposición durante las veinticuatro horas diarias. Como vivía cerca del centro y además tenía garaje en mi piso alquilado, me dijeron si quería cubrir el servicio y por supuesto se me pagaría acorde al esfuerzo. No me lo tuvo que decir dos veces y acepté de inmediato.
A las diez de la mañana me avisaron que tenía que recogerla en el hotel, pero no sabían el destino como es habitual en nuestro servicio. El destino era la calle de Serrano, la milla de oro de las tiendas de lujo de Madrid. Paré donde me pidió y me dijo que intentara quedarme allí y si me echaba la policía, que diera vueltas a la manzana hasta que ella acabara. Estacioné en la zona de carga y descarga y afortunadamente pude permanecer allí hasta que salió seguida por una empleada de la tienda cargada de bolsas. Salí del coche y abrí el capo para que metiera las compras. La misma acción se repitió en dos tiendas más.
Una vez finalizó sus compras volvimos al hotel y me dijo entrara en el garaje. Al llegar me dio una tarjeta para poder acceder y me dijo que aparcara en la plaza cuarenta y tres. Cumplidas sus instrucciones, bajamos del coche y me preguntó si no me importaba ayudarla a subir las bolsas a la habitación. Conociendo las propinas que daba la señora, no lo dudé ni un momento. Abrí el capo y cargué todo lo que pude, dejando tan solo tres o cuatro bolsas para que las cogiera ella.
Ya en su suite, que era más grande que mi casa entera, dejamos las bolsas en el suelo enmoquetado del salón y me preguntó si quería tomar algo. Por prudencia dije que no, pero cuando dijo que necesitaba mi opinión sobre como le quedaban las compras, accedí a coger la cerveza que ya tenía en la mano y me ofrecía. Entró al baño y tardó unos cinco minutos en salir. Empezó a sacar prendas de las bolsas y allí mismo se quitó la que llevaba quedándose en ropa interior y empezó a ponerse las nuevas, solicitando mi opinión sobre cómo le quedaba cada modelito. Unos los devolvía a la bolsa y los que le quedaban a su gusto, los dejaba a parte, diciendo que los que desechara se encargarían las tiendas de recogerlos en el hotel.
La situación era un poco violenta para mí. Sin embargo, ella se vestía y desvestía con toda naturalidad, incluso en alguna ocasión me pidió ayuda para subir o bajar alguna cremallera o abotonarle prendas en la espalda. La lencería que llevaba era de encaje y sin duda elegante. Al menos yo no estaba acostumbrado a ver prendas como aquellas en las chicas que desnudaba cuando follaba. Por otra parte, era evidente que el cuerpo que exhibía no se correspondía con una mujer de su edad. Eso sí, no tenía ninguna cicatriz visible.
Llegó un momento que se le pusieron los pezones de punta y no me pasaron desapercibidos. A ella tampoco, aunque siguió vistiéndose y desnudándose como si nada. Media hora después empezó a sacar la lencería que había comprado y empezó a enseñármela pidiendo mi opinión. Obviamente eran prendas que nunca había visto tendidas en la cuerda de la ropa de mi casa, ni de mi madre, ni de mi hermana. Lo que hace tener dinero. De la docena aproximadamente que me enseñó tan solo desechó tres conjuntos y una bata transparente que según ella era demasiado larga. Se quitó el sujetador y se probó uno de los nuevos delante de mí. Para mi sorpresa, el pecho no cedió hacia abajo absolutamente nada.
Con los pechos desnudos me miró y sonrió. Se cogió los pezones y los presionó, lo que me provocó el inicio de una erección. Se acercó y sin mediar palabra me puso la mano en la bragueta comentando que le encantaba producir esa reacción en un hombre tan joven como yo. Me cogió la mano y se la puso en un pecho, al tiempo que me presionaba el miembro por encima del pantalón con la otra y solo dejó de hacerlo para bajarme la cremallera después de pedirme permiso para hacerlo. Ni siquiera me atreví a contestar y ella lo tomó como un sí.
Metió la mano dentro del pantalón y me sacó la minga. Mientras me la masajeaba notando como crecía en su mano, me cogió la mano y se la llevó al pubis introduciéndola dentro de las bragas y recorriendo con ella la vulva de arriba abajo. Una vez empapada de sus jugos, se la llevó a los labios y me chupó los dedos que habían estado dentro de su sexo. Para entonces ya no era un masaje tímido lo que hacía con mi miembro, me estaba haciendo una paja en toda regla y el cipote respondía al experimentado tratamiento que estaba recibiendo.
Cogió su bolso y buscó un preservativo ..fin del primer capitulo..
Capitulo 2
que sacó del envoltorio. Se lo metió en la boca y se agachó lo suficiente para enfundármelo en la polla. Se quitó las bragas, se giró para apoyarse en el borde de una mesa con una mano, con la otra se separó las nalgas y me dijo que le pusiera saliva y la penetrara. Actué siguiendo sus indicaciones. Escupí en el ojete y luego me puse más saliva en la punta de la polla. Me coloqué detrás de ella y me quedaba el agujero a la altura justa para apoyar la punta en la entrada. En cuanto la notó, me dijo que a la de tres se la metiera hasta dentro. Al finalizar la breve cuenta empujé hacia dentro al tiempo que ella echaba el culo hacia atrás.
Emitió un grito cuando se la metí entera. Fue como si me estiraran de la piel hacia abajo y tuve que sacarla un poco para mitigar la sensación, aunque volví a entrar inmediatamente con la misma fuerza. Era increíble lo que era capaz de hacer con el esfínter. Lo presionaba cada vez que se la metía y lo relajaba cuando la abandonaba. Era como si me estuvieran haciendo una paja apretando la polla a dos manos. Sentí como se corrió y estuve a punto de hacerlo yo también, pero me dijo que se la sacara antes de correrme, porque quería que lo hiciera sobre su pubis.
En cuanto se la saqué, se giró sentándose en la mesa y me dijo que me corriera sobre la raja. Eyaculé en su pubis y empezó a masturbarse restregándoselo y metiéndose los dedos. Se recostó hacia atrás sobre la mesa y me pidió que le metiera la polla en la boca. Con las gotas de los últimos espasmos colgando del glande, me la mamó con la misma cadencia que se acariciaba el clítoris. Cuando se corrió y se la sacó, lo agradecí porque no aguantaba más.
Miró el reloj y eran las dos de la tarde pasadas. Llamó al servicio de restaurante de hotel y pidió una mesa para dos personas a las dos y media. Nos metimos en la ducha y se ocupó de lavarme los restos del sexo que acabábamos de tener. Salí de la ducha y mientras me secaba ella hizo lo propio. Fuimos al salón y nos vestimos. Antes de ponerse las bragas me enseñó un par de unidades de las nuevas preguntándome cuales me gustaban más. Escogí las más pequeñas. Me dio doscientos euros que me guardé en el bolsillo del pantalón y salimos de la suite camino del restaurante.
Me preguntó si me gustaba el marisco y juro que fue una de las comidas mejores de mi vida. Pedía sin medida, a sabiendas de que iba ser imposible que nos lo comiéramos todo. Al acabar de comer me dijo que no iba a necesitar mis servicios hasta las siete de la tarde, pero ya me confirmaría telefónicamente a qué hora tenía que recogerla para ir al Auditorio Nacional a un concierto de cámara. Lo que me dejaba unas tres horas libres para irme a casa y al menos cambiarme de ropa. No dejaba de pensar que estaba actuando como un puto, pero me importaba poco. Desde el día anterior ya había hecho caja con cuatrocientos euros y había echado un polvo.
Me fui a casa y me eché una siesta. A las seis me desperté y me di otra ducha para despejarme. Miré el móvil y tenía un mensaje que decía” a las siete y media en la puerta del hotel”. A las siete cogí el coche y a y cuarto estaba esperándola ya. Salió puntual a la hora acordada, se subió al coche y tomamos camino hacia el Auditorio. Al llegar me dijo que me avisaba cuando tuviera que recogerla y podía hacer lo que quisiera hasta entonces. Me alargó la mano y puso cien euros en la palma, diciéndome que para gastos durante la espera. Metí el coche en el parking, aunque me tocara a mí pagar la estancia, y me fui andando a tomar una copa a casa de unos compañeros de la universidad que vivían cerca.
A las once recibí un mensaje diciendo que en veinte minutos la recogiera. Saqué el coche y paré en doble fila a esperar. Se montó y me preguntó si me apetecía una sesión de masaje y belleza. Era lo último que me esperaba y notó mi sorpresa. Me dijo que no me asustara que después del masaje, que no me iba a arrepentir, ella se iba a arreglar el pubis y si quería me lo podían rasurar a mi también. Alguna vez había pensado hacérmelo, pero nunca me decidí. Me encogí de hombros. Porque no. Y si el masaje incluía algo más pues eso que me llevaría. Lo que me extrañó fue que a esa hora estuviera abierto el establecimiento.
Llamó por teléfono al centro de masajes y avisó que en un cuarto de hora llegaba y necesitaba plaza de parking. Una vez hecha la reserva, dijo que quería una cabina doble para supervisar el trabajo sobre su compañero. Aquello si que fue una sorpresa. El masaje nos lo iban a hacer a los dos al tiempo y en la misma sala.
Subimos desde el garaje del salón directamente en ascensor. Nos llevaron a una sala amplía con dos camillas y ella se desnudó directamente. Al ver que yo me sentaba en una banqueta, me dijo que así poco me iban a poder hacer y que me desnudara. Obedecí como un chico bueno cuando entraban dos señoritas. Les dijo que no quería que nos dejaran ni un pelo en las partes íntimas, se tumbó boca arriba en una camilla y la imité en la otra.
La chica me embadurnó el cipote y los huevos de espuma y empezó a pasarme la cuchilla por la parte superior. Me separó las piernas para interactuar entre los muslos y me rasuró las pelotas. Ni que decir tiene que con cada pasada tenía que cogerme el paquete para llegar donde necesitaba. Cuando le tocó el turno al tronco, no necesitó meneármelo para enderezarlo, ya estaba listo y cada vez que amenazaba con languidecer, me pasaba la lengua por el capullo y volvía a coger toda su prestancia. Decía que era necesario para poder rasurarme y yo encantado con el remedio.
Lo que no me esperaba era que me dijera que me diera la vuelta y me pusiera boca abajo. Me embadurno el culo de crema y me aplicó el mismo tratamiento. Lo que más me gustó fue cuando me separó las nalgas para pasar la cuchilla justo por el centro. Mientras, la masajista que atendía a Carlotta la masajeaba el sexo y esta gemía de vez en cuando.
Acabada la sesión de cuchilla, nos tumbamos boca abajo y nos dieron un masaje que me encantó, sobre todo entre las piernas. Era la primera vez en mi vida que me sometía a semejante lujo y solo puedo decir maravillas. La pasta que valía justificaba la desinhibición de las masajistas. Acabado el trabajo inicial, vino la señora a mi camilla para inspeccionar el trabajo y empezó a toquetearme el rabo comprobando la suavidad y dio el visto bueno.
Ya en el coche me preguntó si me apetecía pasar la noche con ella y disfrutar ambos del nuevo estado de nuestros sexos. Casi me atraganté por lo directa que fue, pero no me pilló por sorpresa. Metimos el coche de nuevo en el garaje y subimos a la suite. Me dijo que descorchara la botella de champagne que estaba sobre la mesa en una cubitera con hielo y sirviera dos copas. Acabé de ponerlas y ya estaba desnuda. Brindamos y me dijo que me fuera desnudando mientras iba a la habitación a por unos juguetes. Desplegó toda una colección de artilugios sexuales y me pidió que la pellizcara los pezones para ir caldeando el ambiente.
Como lo hacía sin la violencia que ella requería, me agarró ella los pezones y me los retorció hasta hacerme un daño que no he olvidado. Se los abofeteé, retorcí y mordí hasta amoratárselos y casi hacerla sangre, mientras ella se agarraba al borde de una mesa aguantando el castigo que había pedido. Cogió un vibrador de considerables dimensiones y se lo metió en el coño poniendo una pequeña lengua del aparato presionando el clítoris. Me dio dos pinzas para los pezones que se ajustaban con palomillas y se los coloqué hasta que le brotaron las lágrimas.
Se sacó el vibrador del coño y se lo metió en el culo, diciendo que era para dejarle sitio a la polla. Aquel agujero no era como el culo. Presionaba bastante menos y para darle consistencia le metí otro consolador junto con la polla. Empezó a gritar diciendo que la no dejara de follarla y se corrió. No se la saqué porque en esta ocasión decidí que iba a tomar mi propia iniciativa y aguante hasta estar a punto de correrme. La cogí de los pelos y le metí la polla en la boca. Era una locura su forma de chupar. Cada vez que estaba a punto de eyacular cambiaba el ritmo y me cortaba el rollo, pero mereció la pena. Cuando me corrí la inundé la boca y dejó salir el semen por las comisuras de los labios, justo en el momento que se corría de nuevo.
Sin darse tregua me pidió que le metiera los dedos en el coño desde atrás. Poco a poco me fue pidiendo más dedos y acabé con la mano entera dentro de su sexo. Aun así, no era suficiente y cogió un succionador de clítoris, lo puso a media potencia y se lo aplicó. Los gemidos eran cada vez más atragantados. Al ver aquel culo en pompa, no se me ocurrió otra idea que darle unos azotes en el culo. Me pidió que lo hiciera marcándole los dedos en las nalgas. Al principio me corté, pero viendo como disfrutaba me vine arriba y accedí.
Empezó a convulsionar y se corrió. No se había recuperado cuando un segundo orgasmo la hizo gritar y se meó en la moqueta con tanta intensidad que parecía que nunca iba a acabar. Al final me pidió ayuda para meterse en la bañera y me pidió que la llenara con agua templada para calmar el escozor de las nalgas. Según se fue recuperando me dijo que me sentara en el borde y le pusiera la polla en la boca. Me hizo una mamada lenta, casi con cariño. Pasaba de las pelotas al capullo sin introducirse más allá de media polla y me acariciaba el culo hasta que me metió un dedo y no pude aguantar más. Me corrí lentamente en su boca y fue tragando el semen según salía. La llevé a la cama en brazos y la acosté. Me acosté a su lado haciendo la cucharita con la polla pegada a sus nalgas y escuché su respiración tranquila. Se había dormido. Me relajé e hice lo propio.
Dos días más estuve a su servicio. La última mañana al ir a buscarla apareció con una chica joven de origen eslavo y me dijo que había sido una pena que no hubiera estado con ellas esa mañana, porque le hubiera encantado verme follar con la chica y disfrutarme después. La dejamos junto a la Puerta del Sol y nos fuimos a la calle Serrano a ajustar cuentas en los comercios de lujo que habíamos visitado el primer día. Me invitó a comer y me dijo que a las seis tenía que recogerla para llevarla al aeropuerto.
El botones se encargó de meter en el capo su equipaje y yo hice lo propio al llegar al aeropuerto y ponérselo en un carro. Me dio mil euros, las gracias, un beso en los labios y desapareció por la puerta de la terminal. Avisé a mi jefe de que el trabajo había acabado y me dio las gracias diciéndome que me fuera a dejar el coche a la base y me tomara dos días libres. Al llegar me dijo que había recibido una llamada de la clienta alabando el servicio. Me dio quinientos euros como pago por las horas extras agradeciendo mis atenciones con clienta.
Me marche a casa en el Metro. Había ganado dos mil euros en menos de cuatro días y había disfrutado de un sexo difícil de repetir.

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