De nerd a macho alfa parte 1

El relato de la noche inesperada comenzó como tantas otras en aquel bar de moda del centro. Martín observaba desde una esquina, con su camiseta de superhéroes y una cerveza a medio terminar. A sus 28 años, su aspecto desgarbado y sus gafas de pasta gruesa le habían valido el calificativo de friki durante toda su vida, pero él había aprendido a vivir con ello, incluso a abrazarlo. Lo que nadie sabía era que detrás de esa apariencia inofensiva, Martín escondía una inteligencia aguda y una capacidad de observación que rozaba lo inquietante.

En la barra, Claudia y sus tres amigas formaban un cuarteto perfectamente coordinado: ropa de diseñador, maquillaje impecable y risas estudiadamente altas. Claudia destacaba entre todas, con su melena rubia perfectamente alisada cayendo sobre sus hombros descubiertos y un vestido negro que había costado más que el alquiler mensual de la mayoría de los presentes. Sus ojos, de un azul frío y calculador, recorrían el local en busca de diversión o, como solía ocurrir, de alguna víctima para sus comentarios mordaces.

"Mirad a ese," dijo Claudia, señalando discretamente con su copa hacia Martín. "Parece que se ha escapado de una convención de frikis. ¿Quién viene a un sitio así con una camiseta de Batman?" Sus amigas rieron al unísono, como si hubieran ensayado esa reacción durante años. "Seguro que todavía vive con su madre y colecciona figuritas," añadió Marta, la más alta del grupo, provocando otra oleada de risitas.

Lo que ellas no sabían era que Martín podía leer los labios. Años de soledad y observación le habían otorgado esa habilidad, y ahora captaba cada palabra, cada gesto de burla. En lugar de encogerse o marcharse, como habría hecho años atrás, una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Esta noche será diferente, pensó, dando un último sorbo a su cerveza antes de levantarse.

"Disculpad," dijo Martín acercándose al grupo con una confianza inesperada. "No he podido evitar notar que comentabais algo sobre mi camiseta." Su voz era sorprendentemente profunda y modulada, nada que ver con el estereotipo de friki que habían imaginado.

Claudia lo miró de arriba abajo, sin disimular su desdén. "Solo decíamos que es un poco… peculiar para este sitio, ¿no crees?"

"Oh, entiendo," respondió él, sonriendo sin apartar la mirada de sus ojos. "Es una edición limitada, en realidad. La diseñó un artista japonés bastante reconocido." Hizo una pausa y añadió: "Pero supongo que no todo el mundo está familiarizado con ese tipo de arte."

Algo en su tono, entre condescendiente y seductor, descolocó a Claudia. No era la respuesta sumisa o avergonzada que esperaba. Sus amigas intercambiaron miradas confusas.

"¿Te importa si os hago un truco?" preguntó Martín, sacando una baraja de cartas del bolsillo de su chaqueta. "Prometo que será rápido y… revelador."

"¿En serio? ¿Magia?" Claudia puso los ojos en blanco, pero la curiosidad pudo más. "Adelante, friki mágico, sorpréndenos."

Durante los siguientes cinco minutos, Martín ejecutó una serie de trucos que dejaron a las cuatro amigas genuinamente impresionadas. No eran trucos infantiles, sino juegos de manos complejos que requerían una habilidad considerable. Pero lo más sorprendente era cómo, entre carta y carta, iba revelando detalles sobre ellas: sus profesiones, sus gustos, incluso algún secreto que creían bien guardado.

"¿Cómo has sabido que trabajo en marketing?" preguntó Claudia, ya sin rastro de burla en su voz.

Martín se encogió de hombros. "Observación. Tu forma de analizar el espacio, tu lenguaje corporal… todo habla de alguien que entiende de comunicación y posicionamiento." Se acercó un poco más y añadió en voz baja: "Además, tienes esa mirada de quien está constantemente evaluando el valor de todo lo que ve."

El comentario era a la vez un cumplido y una pequeña puñalada. Claudia lo sintió, pero en lugar de ofenderse, se encontró inexplicablemente intrigada. Había algo en este chico que desafiaba todas sus expectativas, y eso era algo que no experimentaba a menudo.

A medida que avanzaba la noche, Martín se fue ganando al grupo con una mezcla de humor inteligente, conocimientos sorprendentemente amplios y una capacidad para escuchar que hacía que cada una se sintiera especial. Pero su atención siempre volvía a Claudia, estableciendo una tensión casi palpable entre ambos.

Las amigas de Claudia empezaron a excusarse una a una. Primero Marta, luego Laura, finalmente Elena, dejando a Claudia y Martín solos en una esquina del bar, enfrascados en una conversación sobre viajes, literatura y, sorprendentemente, cómics.

"Nunca pensé que estaría discutiendo sobre Alan Moore con alguien como tú," confesó Claudia, su lengua ligeramente suelta por el alcohol.

"¿Alguien como yo?" preguntó Martín, inclinándose hacia ella. El espacio entre ellos se había reducido considerablemente en la última hora.

"Ya sabes… un friki," respondió ella, pero esta vez la palabra sonaba casi como un término cariñoso. "Se suponía que esta noche iba a ser aburrida."

Martín sonrió, sus ojos fijos en los de ella. "¿Y ya no lo es?"

"Para nada," admitió Claudia, sorprendiéndose a sí misma por la sinceridad. Había algo en la forma en que este hombre la miraba que la hacía sentirse desnuda, expuesta, pero extrañamente cómoda con esa vulnerabilidad.

"¿Sabes qué es lo más interesante de ti, Claudia?" murmuró Martín, su voz descendiendo a un tono más íntimo. "No es tu aspecto, aunque eres preciosa. Es cómo usas tu imagen como armadura. Pero esta noche he visto grietas en esa armadura."

Claudia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nadie la había leído con tanta precisión antes. "Necesito ir al baño," dijo abruptamente, levantándose.

Mientras caminaba hacia los aseos, su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. Este chico, este friki al que había pretendido ridiculizar, la había desarmado completamente. Y lo peor, o quizás lo mejor, era que una parte de ella estaba deseando ver hasta dónde podía llegar esto.

En el baño, se mojó ligeramente la nuca, intentando aclarar sus ideas. Se miró al espejo: seguía siendo ella, la misma Claudia segura y dominante de siempre. ¿O no? ¿Por qué sentía esa mezcla de desconcierto y excitación?

La puerta del baño se abrió y Martín entró, cerrando tras de sí. El corazón de Claudia dio un vuelco.

"Este es el baño de mujeres," dijo ella, pero su voz carecía de convicción. ... FIN DEL PRIMER CAPITULO...

De nerd a macho alfa parte 2

"Lo sé," respondió él, acercándose con una calma absoluta. "Pero creo que ambos sabemos que esto es exactamente lo que querías cuando te levantaste."

Claudia abrió la boca para protestar, pero las palabras no salieron. En su lugar, sintió cómo su respiración se aceleraba mientras Martín acortaba la distancia entre ellos.

"Dime que me equivoco," susurró él, a centímetros de su rostro. "Dime que no has estado pensando en esto desde que empezamos a hablar."

"Yo no…" comenzó ella, pero la negación sonaba hueca incluso para sus propios oídos.

Martín la tomó suavemente por la barbilla, obligándola a mirarlo directamente. "Claudia, la chica que siempre tiene el control, la que humilla a los demás para sentirse poderosa. ¿Qué pasaría si por una vez fueras tú la que pierde el control?"

Antes de que pudiera responder, los labios de Martín estaban sobre los suyos, y para su sorpresa, Claudia se encontró respondiendo con una intensidad que la asustó. Sus manos se aferraron a la camiseta de Batman que horas antes había ridiculizado.

El beso se volvió más profundo, más urgente. Martín la empujó contra el lavabo, sus manos recorriendo su cuerpo con una seguridad que contradecía por completo su apariencia externa. Claudia gimió suavemente cuando él encontró el punto exacto en su cuello que la hacía estremecer.

"¿Quieres que pare?" preguntó él, su voz ronca junto a su oído.

"No," respondió ella, sorprendida por su propia vehemencia. "No pares."

Con un movimiento fluido, Martín la giró, colocándola frente al espejo. Sus ojos se encontraron en el reflejo: los de ella, dilatados y vulnerables; los de él, intensos y dominantes. Lentamente, colocó una mano en su nuca y la presionó hacia abajo.

"Arrodíllate," ordenó, su voz transformada en algo que Claudia nunca habría asociado con el chico friki del bar.

Y para su asombro, ella obedeció, dejándose caer de rodillas sobre las baldosas frías del baño. El contraste entre su vestido de diseñador y la posición sumisa en la que se encontraba creaba una imagen que jamás habría imaginado.

Martín se desabrochó el pantalón y liberó su erección, sorprendentemente grande e imponente. "Esto es lo que provocas cuando te burlas de los demás, Claudia. Esto es lo que deseabas desde que me viste, aunque no lo supieras."

Claudia sentía que debería protestar, que debería levantarse e irse, pero su cuerpo no respondía a esos impulsos racionales. En cambio, se encontró abriendo la boca, aceptando su miembro con una docilidad que contradecía todo lo que creía saber sobre sí misma.

Martín enredó sus dedos en su cabello perfectamente alisado, guiando sus movimientos con una mezcla de firmeza y consideración. "Mírame," ordenó. "Quiero que me mires mientras haces esto."

Claudia levantó la mirada, sus ojos azules encontrándose con los de él. Había algo hipnótico en esa conexión, algo que hacía que todo pareciera irreal pero intensamente presente a la vez.

"Eso es," murmuró él, su voz un susurro ronco. "La reina del bar, la que pensaba humillarme… mira dónde estás ahora."

Las palabras deberían haberla ofendido, pero en cambio, intensificaron su excitación. Cada movimiento de su boca, cada sonido húmedo que producía, cada vez que sentía la punta de su miembro tocando el fondo de su garganta, Claudia se sumergía más profundamente en una versión de sí misma que nunca había conocido.

"¿Te gusta esto?" preguntó Martín, aunque la respuesta era evidente en la forma en que ella se entregaba a la tarea. "¿Te gusta descubrir que el friki al que ibas a humillar está ahora follándote la boca en el baño de un bar?"

Claudia asintió levemente, incapaz de hablar pero comunicando su consentimiento con sus ojos, con sus manos aferradas a sus muslos, con la forma en que aumentaba el ritmo de sus movimientos.

El tiempo parecía haberse detenido. No existía nada más allá de ese baño, de ese momento, de esa conexión inesperada y transformadora. Claudia, que siempre había definido su valor por su apariencia, por su capacidad para estar por encima de los demás, se encontraba ahora en la posición más vulnerable posible y, paradójicamente, sintiéndose más viva que nunca.

Cuando Martín finalmente alcanzó el clímax, lo hizo con un gruñido profundo que reverberó en las paredes del baño. Claudia aceptó todo, tragando obedientemente, sus ojos nunca abandonando los de él.

Después, hubo un momento de silencio absoluto. Martín la ayudó a levantarse con una gentileza que contrastaba con la intensidad de lo que acababa de ocurrir. Con cuidado, usó un pañuelo para limpiar una pequeña gota que había quedado en la comisura de sus labios.

"¿Estás bien?" preguntó, su voz volviendo gradualmente a aquel tono amable que había mostrado durante la conversación en el bar.

Claudia asintió, todavía incapaz de articular palabras. Su mente intentaba procesar lo que acababa de suceder, cómo había pasado de burlarse de este hombre a estar de rodillas ante él en cuestión de horas.

"Deberías arreglarte un poco," sugirió Martín, señalando su cabello despeinado y su maquillaje ligeramente corrido.

Mientras Claudia se recomponía frente al espejo, Martín se acercó por detrás y le susurró al oído: "La próxima vez que veas a alguien y pienses en humillarlo, recuerda esta noche. Recuerda que nunca sabes lo que puede esconderse detrás de una apariencia."

Y con esas palabras, salió del baño, dejando a Claudia con una mezcla de emociones contradictorias: vergüenza, excitación, confusión y, sorprendentemente, una especie de liberación que nunca había experimentado antes.

Cuando finalmente regresó al bar, Martín ya no estaba. Había dejado una servilleta en la mesa con un número de teléfono y una simple nota: "Para cuando estés lista para descubrir más sobre ti misma."

Claudia guardó la servilleta en su bolso, sabiendo que, aunque intentara negárselo, acabaría llamando a ese número. La chica que había entrado en ese bar ya no existía. En su lugar, había emergido alguien nuevo, alguien que había vislumbrado un mundo de posibilidades que nunca había considerado, alguien que había descubierto que a veces, perder el control puede ser la forma más liberadora de encontrarse a uno mismo.


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