Estudiante se folla a su vecina casada

A veces las cosas son fáciles y naturales. Os traigo un relato de un suceso qué le ocurrió a un amigo con soltura en estos envites. Fue hace unos años, cuándo aún vivía en un piso de estudiantes en la universidad. El muy canalla tenía una planta envidiable. Casi metro noventa, moreno de piel y pelo con media melena hasta por debajo de las orejas, ojos color miel, mentón marcado, sonrisa blanca y amplia, y rostro aniñado pese a su cuerpo atlético qué podría llevar a pensar qué era algo mayor; pero la realidad era qué aún no pasaba los veintidós.

Un fin de semana se quedó sólo en el piso para preparar un examen, mientras que sus compañeros volvieron a sus lugares de origen. Roger, qué así se llamaba, se fue a hacer la compra a primera hora de la mañana; al bajar en el ascensor coincidió con Amparo, la vecina del piso de arriba, quién bajaba en el ascensor con su hija de seis años.

  • Hola vecino, mucho madrugas – saludó alegre Amparo.
  • sí, voy a hacer la compra para meterme en casa y no salir en todo el fin de semana.
  • ¿exámenes? – se interesó.
  • sí, el lunes – confirmó.
  • Nosotras de campamento ¿verdad cariño? Bueno, ella, yo sólo voy a llevarla al colegio y de ahí se van, hoy y mañana.
  • Muy bien, qué suerte – dijo sonriendo y guiñando un ojo a la pequeña.
  • Pues sí. Aunque suerte la mía, porque Paul se va con nuestro hijo dentro de un par de horas al pueblo de sus padres a pescar, así que podré estar tranquila todo el fin de semana – dijo bajando la voz para qué no lo oyera la niña- me dará tiempo de limpiar, ordenar y tomarme un respiro, qué no veas qué semanas.
  • Pues qué bien también. A mi me esperan sesiones largas de silla, mesa y flexo.

Tras está rápida conversación cada cuál se fue a sus quehaceres. La madre y la hija a la excursión, y Roger a comprar; lo hizo todo lo rápido qué pudo, recogió lo comprado rápido y se puso a estudiar.

Pasadas unas horas llamaron al timbre de casa. Roger se levantó entre contrariado y sorprendido puesto qué no esperaba a nadie y le molestaban este tipo de interrupciones. Miró por la mirilla para evitar perder el tiempo con posibles vendedores o repartidores de propaganda sorprendiéndose al ver a Amparo al otro lado de la puerta. Abrió, por supuesto.

  • Hola ¿ocurre algo? – se preocupó Roger.
  • No, nada. Toma, te traigo esto para qué no pierdas tiempo cocinando – dijo extendiendo un par de tupperware – son unos macarrones al horno con queso gratinado y unos filetes de pollo. está buenísimos.
  • Pero…- atinó a decir Roger.
  • Nada, nada, los tenía hechos para qué se llevaran al pueblo Paul y el crio, pero se los han dejado – mintió Amparo -. No tienes más qué calentarlos y comer; y vuelta al estudio – sonrió.
  • Gracias Amparo, es un detallazo la verdad.
  • No hay de qué, ale a estudiar - y dándose media vuelta se metió en el ascensor y subió a su piso.

Roger hizo lo propio y se me metió en casa, no sin antes pegar un buen repaso visual a aquella mujer qué sí bien es cierto qué le pasaba cómo unos quince años, siempre le había parecido atractiva. Incluso algo más qué atractiva. En verdad, alguna vez había fantaseado con ella; pero a esa edad se fantasea prácticamente con todo. Se fijó, al verla marchar, en qué mantenía unas curvas sexis e hipnóticas; el vestido de estampado floral qué llevaba le quedaba cómo un guante. Le acariciaba con gracia cada parte de su cuerpo y permitía intuir una figura para nada descuidada. Nunca se había fijado tanto en su culo, pero estaba sorprendentemente bien puesto; Dio por hecho qué estaría duro y trabajado. Los pechos siempre le llamaron la atención, desde el primer día qué la vio, pues era amiga de llevar tops ajustados y, de vez en cuándo , escote. Amparo sabía qué ahí tenía un arma afilada, y era de querer sentirse poderosa. Además, era alta, cómo a él le gustaban, rondaría el 1,70, <> pensó. Pelo castaño y rizado, muy rizado. Ojos glaucos, nariz respingona, labios tirando a gruesos. sí, sin duda una mujer con la qué había fantaseado en numerosas ocasiones, no sin motivo.

Sin mucho tiempo para más, metió la comida en el frigorífico y se puso a estudiar. Animado por la sorpresa, afrontó la vuelta a los libros con entusiasmo. Comió rápido puesto qué sólo tenia qué calentar, y volvió al estudio con el mismo ánimo. Amparo le había aportado un extra qué no esperaba ni se explicaba. A mitad de tarde, cuándo paró para ir al baño y merendar, oyó ruidos en el piso de arriba; era amparo qué estaba moviendo muebles y pasando el aspirador. En aquello pisos se oía fácilmente a los vecinos, de hecho, alguna vez había creído escuchar algún ruido extraño de somier qué le había hecho palpitar el espíritu, y la entrepierna.

Tras el parón de escasos quince minutos regresó a la mesa para darse cuenta, en ese momento, de qué casi había terminado con lo qué pensaba hacer a lo largo de todo el fin de semana. No se había percatado pero, al parecer, el ritmo qué llevó fue alto. Intuyó qué por no haber perdido tiempo cocinando y por la alegría qué le dio ver a Amparo preocuparse por él. Fue entonces cuándo su imaginación voló. Voló alto. Y, durante ese vuelo, algo dentro de sus pantalones se cimbreó.

Tenía una idea, una locura de idea, posiblemente una idea de mierda. Pero aquella idea lo excitó hasta el punto de levantarlo de la silla y salir del piso rumbo a la puerta de Amparo. Y llamó. Momento ese en el que empezó a creer qué tal vez no era tan buena idea, pero estaba hecho.

  • Hola estudiante ¿Qué te ocurre? – dijo sonriente Amparo tras abrir la puerta.

Roger enmudeció al verla aparecer con una camisa de tirantes blanca ceñida que realzaba su busto y permitía intuir dos pezones generosos que, al parecer, andaban libres bajo aquella tela; y unos pantalones cortos verdes que dejaban ver unas piernas bien contorneadas en las que no había reparado. Aquello le hizo envalentonarse.

  • Nueve – soltó áspero por los nervios.
  • ¿nueve? ¿Qué dices? – preguntó sin entender ella.
  • sí, perdón, a las nuevas, qué sí quieres cenar a la nueve – dulcificó él al tomar mayor control de lo qué se celebraba en ese momento.
  • No entiendo –seguía desubicada Amparo.
  • Perdón. que había pensado que, ya que me has hecho la comida, podría hacer yo la cena.
  • ¿pero tú no tienes qué…?
  • Prácticamente me lo sé todo ya, me vendrá bien descansar – la cortó sabiendo lo qué iba a decirle.
  • ¿seguro?
  • Seguro, sino no pararía ni a cenar. Además, aún quedan un par de horas. Algo más me dará tiempo de hacer, ¿Qué me dices?
  • Emmm, venga vale. Así, por una vez, no cocino yo – sonrió divertida.
  • ¿Pizza y cerveza te vale?
  • Elaborado el menu, chef – bromeó.
  • Se cocinar más cosas eh – intentó defenderse.
  • No me cabe dudas. Pizza estará perfecto, no te líes, además soy muy fan de las pizzas.
  • Venga, genial, a las nueve nos vemos.
  • Vale, venga, a estudiar solete – y cerró la puerta.

¿Solete? ¿Le había llamado solete? sí, lo había hecho. Y cómo reacción a aquello una brusca y durísima erección se presentó para no bajar hasta pasada casi media hora, durante la qué se planteó masturbarse para aplacar aquel repentino instinto de conquista. Entre un pensamiento y otro el tiempo corrió más aún qué su imaginación, y para cuándo quiso darse cuenta sólo quedaba media hora para la “cita”. Fue a la cocina, sacó la base de la pizza, los ingredientes, puso a calentar el horno, montó la pizza, la metió en el horno y corrió a la ducha para quitarse el olor a tigre qué llevaba encima de tanto tiempo encerrado en su habitación, sentado inmovil bajo el flexo infernal.

Casualidades de la vida, o del destino, cuándo salía de la ducha, llamaron al timbre. Sobresaltado miró la hora y resultó qué eran ya las nueve y cinco. Se puso una toalla a la cintura y cogió otra más pequeña con la intención de taparse el torso. cuándo estaba ya en la puerta se arrepintió pues pensó qué podría ser malinterpretado; no quería qué pareciese qué quería lucir musculitos – que los tenia, y no pocos- motivo por el cuál, le habló a través de la puerta

  • Un momento, estaba en la ducha.
  • Tranquilo, tranquilo. No abras desnudo.
  • No, no. No estoy desnudo – tartamudeó atropelladamente.
  • Pues hijo abre. No me voy a asustar.
  • Sí, voy, un segundo – sopesó que hacer durante unos segundos.
  • Es broma, tranquilo, vuelvo en diez minutos – le avisó mientras se daba la vuelta para irse a su piso de nuevo.

Entonces. por miedo a parecer pueril o qué creyera qué estaba desnudo, entreabrió la puerta. Al sentir el ruido, Amparo volvió a girarse y se dirigió a la puerta. Roger dejó más espacio y ella entró haciendo cómo qué se tapaba los ojos.

  • No quiero ver nada eh – bromó.
  • No, no, que llevo ropa. Osea, toalla – balbuceó torpemente

Ella retiró la mano y le miró.

  • Ah hijo, pensaba qué estarías desnudo.
  • No, acababa de salir y me estaba secando, he calculado mal el tiempo.
  • Nada hombre, así además alegro un poco la vista – bromeó quitándole peso – anda termina de cambiarte, voy a echarle un ojo a la pizza qué huele de maravilla e intuyo qué tiene qué estar a punto.
  • sí, la he metido hace un rato – exclamó recordando qué estaba en el horno.
  • Venga pues tira.
  • sí. Perdona el desorden, pero mis compañeros…
  • Tranquilo, también vivÍ en un piso de estudiantes, no nací siendo vieja.
  • No quería llamarte vieja…
  • Ja ja ja, era broma, sí qué estas sensible. Te está haciendo daño el estudio, venga tira que tengo hambre – soltó dirigiéndose a la cocina.
  • Voy. Tu cómo en tu casa – y marcho a la habitación a cambiarse.

Amparo se metió en la cocina, inspeccionó la cena, la sacó del horno, se abrió una cerveza que encontró en el frigorífico y la dejó mediada con el primer trago. Hecho lo cual, decidió que sería buena idea pasearse por la casa para ver como era, empezando, mira tu por donde, por las habitaciones, con la intención clara y directa de intentar ver que escondía aquella toalla que le había acelerado el corazón y puesto a palpitar sus partes más íntimas; húmedas ya desde qué el joven macho alfa le había lanzado aquella maravillosa propuesta. Ese mismo yogurin con el cual llevaba soñando meses y al que encontraba terriblemente atractivo, hasta el punto de haber jugado con sus dedos y su imaginación en los pocos momentos libres y de intimidad de los que disponía.

No le costó localizar la habitación de Roger pues, a parte del baño, era la única de la cual salía luz. Se arrimó a la puerta con sigilo para intentar ver algo, y ya lo creo que vio. Allí estaba Roger vuelto de espaldas, dandose desodorante, aun medio mojado o secado con torpeza, según se mire; poco importaba, al revés, era aun más atractivo y excitante. Aquellas piernas musculadas, ese culo duro, la espalda definida. Le observó en silencio unos segundos para ver cómo se movía, y estuvo tentada de entrar, pero no lo hizo. Notaba el pulso incluso en la entrepierna y la respiración agitada; más lo hizo aun cuando Roger girándose lévemente dejó ver parcialmente su torso definido y depilado y, allá abajo, lo que presumiblemente era una herramienta magnifica que Amparo, ahora sí, tenía sería su postre. Dio unos hábiles pasos hacia atrás y se fue dirección al salón desde el que le habló fingiendo estar a otras cosas

  • He sacado ya la pizza ¿te queda mucho? se va a enfriar – se sonrió por su propia maldad.
  • Estoy ya – la tranquilizó el pobre incauto ajeno al espionaje del que había sido objeto.
  • Voy poniendo la mesa. Oye ¿has comprado postre? – se vió obligada a jugar.
  • Ostras, no. Bueno, hay fruta y alguno de estos tiene algo de dulce, pero no había pensado en ello, perdón – se disculpó el ingenuo.
  • Bueno, ya improvisaremos – dijo en alto, mientras para si pensó << yo sí qué voy a tener mi postre, ya lo creo. Y tú también>> -. y sino da igual. Va, corre.

Al momento hizo acto de presencia el anfitrión con un vaquero azul desgastado, una camiseta blanca lisa, y zapatillas de andar por casa. Atuendo simple, pero suficiente para hacer suspirar a Amparo que ya se imaginó encima quitándole la camiseta y frotándose con el bulto qué se dejaba intuir debajo de los pantalones.

  • Por fin, qué hambre – siguió con los dobles sentidos.
  • sí, yo también tengo hambre – seguía ajeno a la realidad, precavido, nervioso, y cachondo. Cada vez más.

comenzaron a cenar y a charlar del día a día de cada cual. Se contaron que hacían, que no hacían, el tiempo que tenían y que no tenían, alguna inquietud superflua, lo normal. Una conversación entretenida que fluia entre cervezas y señales casi imperceptibles que ambos emitían y mostraban las ganas que se tenían el uno al otro. Llegado el momento, con más confianza y cierta desinhibición, la juguetona de amparo se lanzó.

  • Bueno, entonces ¿de postre? – seguía queriendo disfrutar de su posición de poder.
  • Pues, lo que te he dicho – respondió un Roger más próximo a su forma de ser –. aunque… - dijo dejando la duda en el aire.
  • ¿aunque? - Preguntó con sinceridad Amparo.
  • Pues, verás, normalmente cuándo ceno con alguna chica, la respuesta a eso suele ser: “lo tienes delante”. Pero en este caso, creo que no procede – expuso, como evidenciando que no podía decirse, ni podía pasar.
  • ¿no? ¿Por qué? ¿Qué pasa qué me ves cómo a una vieja? – se defendió sintiéndose atacada.
  • No… - dejó en el aire nuevamente.
  • Ah, ¿Qué no soy de tu agrado? – preguntó ahora entre ofendida y dolida.
  • No, no es eso. es qué te tengo tantas ganas que como respondas que sí, tengo miedo a hacerte daño – terminó diciendo tirándose a la piscina y sacando el animal indomable que llevaba dentro.
  • ¿perdona? Oye… - Amparo no entendía nada.
  • Y tu me tienes ganas a mi, eso es lo malo. Si empezamos a follar ahora mismo, no podremos parar hasta reventar – afirmó y se la quedó mirando clavando los ojos en los de ella. Con firmeza, convicción. Con una sensualidad que la dejó muda.
  • Vaya…me parece qué te equivocas – intentó mostrar seguridad, compostura y control de sí misma y de la situación. Casi desden.
  • Bueno, en verdad, a tu edad, es posible que no pudieras seguir el ritmo. Tienes razón. Mejor pasamos del postre y nos tomamos una copa, ¿prefieres? – y de nuevo calló y clavó sus ojos en su boca y luego en sus ojos.
  • Eres un buen cabronazo Roger. ¿ese rollo te sirve con las crias que acostumbras a follarte? – seguía defendiéndose cada vez con menos convicción.
  • La verdad es que sí, aunque admito que no me suele costar tanto conseguir meterme en su ropa interior. Pero tu eres diferente.
  • ¿Por qué? Sorprendeme.
  • Porque nunca habían fingido tan mal la atracción esentían hacia mi. ¿te ha gustado lo qué has visto antes mientras me cambiaba? – disparó a dar.
  • ¿Qué?… – preguntó, pero Roger ya se había levantado dirección a la cocina, dejándola allí con la palabra en la boca.

Fueron unos segundos de confusión eternos en los que ella no supo reaccionar. El niñato del piso de abajo, en el cual estaba, y que la ponía a cien, la estaba toreando, y bien toreada. Y le gustaba. Decidió levantarse, fingir normalidad y seguirlo llevando el resto de platos y cubiertos para echarlos a lavar. Cuando entró en la cocina, él rebuscaba en la nevera.

  • Mira, ya tenemos postre – dijo mientras cerraba la puerta y se giraba hacia ella.
  • ¿Qué es eso?

No pudo decir mucho más, cogiéndola de la mano, la llevó al salón, la sentó en el sofá y poniéndose delante, le enseñó lo que llevaba semiescondido en una de sus manos mientras, con la otra le sujetaba suavemente por la barbilla. Acto seguido ella vio claro el hallazgo, un bote de nata montada. Roger lo acercó a los labios de ella y esperó su respuesta. Un segundo, tal vez dos, y Amparo decidió entre abrir la boca, él apretó el dosificador e inmediatamente un chorro de nata salió entrando parte en su interior, y parte quedando fuera. Amparo sacó la lengua para limpiar lo que había quedado fuera.

  • No , espera. Esa es mi parte del postre. Hay que compartir.

Y Roger aganchandose sobre ella acercó poco a poco sus labios, instantes en los que Amparo se cuestionó si dejarse hacer, o no. Y se dejó. Y los labios de él al fin entraron en contacto con los de ella. De forma suave, tierna, sexy, despacio, sin prisa, con dulzura. Luego se separó de ella quedanod ambos a unos centímetros, mirnadose, suspirando agitados.

  • Sigue – pidió ella.

Y el siguió. Se acercó de nuevo, esta vez más rápido, con más necesidad, con más ganas, con menos control…y sus labios no sólo se juntaron sino que se entre abrinron, y rápidamente la lengua de uno y otro saltaron de una boca a la contraria comenzando un baile frenetrico pero treméndamente coordinado para un primer encuentro; como si las ganas que se tenían hubieron hecho posible una conexión perfecta. Y, a partir de ahí, el tiempo importó poco y lo demás quedaba fuera de aquellas cuatro paredes.

Se besaron durante un par de minutos, él arrodillado frente a ella, mientras se acariciaban con más ganas y prisa que puntaria. Él se levantó por la incomodidad de la posición, lo que fue aprovechado por ella para agarrarlo, está vez sí, con habilidad por el pantalón. Le desabrocho el botón, bajó la cremallera y el calzón, todo ello sin dejar de mirarlo fijamemnte a los ojos. Su miembro saltó energico y erecto al exterior, quedando frente a una complacida Amparo qué ni corta ni perezosa alcanzó el bote de nata y llenó aquel enorme y duro trozo de carne de nata para acto seguido comezar a pasar la lengua de un entremo a otro; empezando por los testículos, los cuales chupo sin succionar, haciéndolos estremecerse y subir; luego siguió por la base del falo. Relamía dejándola limpia. Finalemente llegó al glande, ahí sí que jugo y jugó hasta que llegado el momento se lo metió en la boca y con la ayuda de la otra mano comenzó a masturbarlo mientras subia y bajaba a la cabeza con un ritmo maravillos y una destreza enviadiable. Al poco, puesto que aquella magnifica polla lo pedía, unio la otra mano. Y siguió subiendo y bajando, manos y boca de forma rítmica, con velocidad creciente…hasta que Roger comenzó a sentir espasmos.

Para, para… - suplicó

Y ella aumentó el ritmo y la profundidad, más y más y más…hasta que se corrió ruidosamente, gimiendo y retorciéndose de placer, de pie, siendo victima de sus propia fisiología, sintiendo la electricidad yendo y viniendo por su cuerpo. Ella paró una vez exprimido e ingeridad hasta la última gota. Entonces Amparo soltó su presa, se reclinó en el sofá, remango el vestido que llevaba, se quitó las bragas con destreza y subiendo las piernas dejo su sexo a la vista de él mientras, hábilmente, lo cubrió de nata.

  • Tu postre. Disfrútalo.

El sólo acertó a resoplar con cara de vicio. Aquello lo estaba matando de ganas. De hecho, su rigidez no había perdido fuelle y los veinte buenos centímetros que atesoraba seguían como al principio. Se arrodilló y de un buen lametón quitó más de la mitad de la nata y a Amparo le arrancó un suspiro quu tuvieron qué oir el resto de vecinos del bloque. << a la mierda, que se jodan>> pensó ella para si y abrió más las piernas para que aquel joven semental la dejara saciada e hiciera con ella con lo que le viniera en gana. Y claro está, lo hizo. Lamió y relamió con el brio propio de su edad pero con una maestria de un señor bien formado y con experiencia, haciendo hincapié en zonas clave, dando tiempo a que el placer llegara a la zona, jugando con los ritmos y las pausas, a veces usando la punta de la lengua, otras toda la longitud de la misma. Hasta que poco a poco…

  • Sigue, sigue por dios que me voy a corer.

Fue la señal para usar su lengua a modo de polla y meterla todo lo que pudo en su vagina sin por ello dejar de rozar el clítoris con los labios.

  • sí, sí, que bueno eso joder….. - y se dejó ir entre gemidos que ahogo mordiendo un cogin y aplastando la cabeza de su amante contra su entrepierna.

Tras unos segundo durante los que ella seguía sintiendo espasmos y cosquillas, él no dejó de pasar levemente su lengua por sus labios.

  • Ya, estudiante, puedes parar…. gracias.
  • Nada de gracias, acabamos de empezar – respondio este.

Cuando se puso en pie, Amparo entendio lo que quería decir. El muy habil se las había apañado para ponerse un preservativo mientras terminaba su labor oral, y ahora, frente a ella, el joven pedia continuar. Ella sonrió, se acomodó, abrió los labios con ayuda de sus manos y le guiño un ojo.

  • No esperaba menos, métemela.

No hubo más palabras, se hizo hueco en el sofá, acercó su armatoste a la entrada y ella misma la agarró para dirigirla con maestria.

  • Empuja bien fuerte estudiante.

Y de un buen caderazo enterró toda su longitud en ella. Esta vez ambos gimieron de placer quedándose quietos para disfrutar el momento. Una vez pasado ese chispazo de magia, él comenzó un bamboleo suave y cadencioso que les arrancaba gemidos a ambos y les animabas a tocarse y lamarse. Roger fue arremetiendo cada vez más rápido, profundo y fuerte. Ella contestaba a eso con más movimientos de caderas, respiraciones más rápidas y una mayor apertura de piernas.

  • Reviéntame bien por dios, no pares, me voy a correr otra vez. Dame duro Roger – pidió.

Y el obedeció, le dio todo lo bien y fuerte que sabía hasta que ella se corrió entre gritos, insultos y arañazos en la espalda. Él se quedó quieto cuando ella pareció parar y pedir calma.

  • Uf… - dijo volviendo en si –. necesito más.

Amparo lo apartó, se puso en pie, y le indicó que se sentara en el sofá. Se acercó con una cara de lascivia que Roger no había visto aun, le quitó el preservativo de un tiron, se agachó, escupió en la punta de su polla, la sobó, se la metió en la boca un par de veces y acto seguido se clavó en ella sin que a roger le diera tiempo a decir nada.

  • Dios así sí joder, como te noto… - exclamó totalmente fuera de sí Amparo – no me mires con esa cara, y ni se te ocurra salirte, no me puedo quedar embarazada, no te preocupes.

Y comenzó a cabalgarlo con una fiereza descomunal a lo que el respondio agarrándola por las caderas y ayudándola a clavarse más violenta y profundamente en una polla que pedia a gritos eyacular de una vez.

  • Amparo me voy a correr…
  • Y yo, y yo….. jodeeeeer….

La Buena de Amparo comenzó a tener un orgasmos salvaje, ante el cual, Roger solo pudo corresponder moviendose y agarrándose fuerte a sus caderas a la vez que comenzó a besarla profunda y apasionadamente.

Así se quedaron quietos unos instantes mientras recuperaban el norte. Tras unos minutos, se echaron una cerveza, se confesaron un par de cosillas sobre todo el tiempo que llevaban deseándose el uno al otro en secreto, volvieron a follar un par de veces, o tres, esa misma noche, y quedaron en repetir siempre que pudieran, sin complicaciiones ni obligaciones.

¿cumplieron lo dicho? En verdad, no lo se, mi amigo, nunca me dijo nada más al respecto. Intuyo que sí. pero no lo se ¿yo qué hubiera hecho? No lo se ¿vosotr@?

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